En 1952, el dramaturgo Arthur Miller escribió la obra El Crisol, ambientada durante los juicios de Salem en 1692, pero con la que el autor lanzaba un mensaje crítico a la era del Macartismo que estaba viviendo Estados Unidos ante otra caza de brujas, contra personas sospechosas de ser comunistas. Akelarre, película dirigida por Pablo Agüero y protagonizada por Amaia Aberasturi y Alex Brendemühl, emplea también un propósito similar, utilizando una historia ambientada en 1609 acerca de los juicios de la Santa Inquisición y la quema de brujas, en este caso en el territorio del País Vasco, con la que el cineasta reflexiona también sobre otros temas de actualidad.

El conjunto de niñas acusadas de ser brujas en la película perfectamente sirven de metáfora para otros conceptos, que pueden ir desde la violencia de género (hombres que utilizan una violencia jerárquica contra las mujeres) hasta la confrontación de nacionalismos (la opresión del estado contra la lucha del pueblo por mantener las tradiciones y la lengua euskera), pasando también por la correlación entre represión sexual y lujuria que representa la Iglesia Católica a través del personaje de Alex Brendemühl.

Con una puesta en escena que bebe del tenebrismo pictórico, la cinta va cargando la atmósfera de una creciente violencia opresiva marcada por el fanatismo y la indefensión y donde el uso de elementos populares, como canciones tradicionales, son vistos por un bando como elementos subversivos y por el otro como herramientas liberadoras. El resultado es una cinta modesta en medios, pero ambiciosa en el alcance de su discurso, que esperamos que la circunstancia actual de la distribución cinematográfica no acabe sepultando y alejando del alcance del público.