En un momento de Doctor Sueño, Rosie la Chistera le comenta a Dan Torrance que, con la edad, el vapor de aquellas personas con el resplandor se diluye y pierde fuerza. Eso puede ser una buena definición de la carrera de Stephen King. Autor aparentemente insondable, lo cierto es que salvo muy contadas excepciones, su obra de las últimas tres décadas no puede compararse con aquellas que escribió entre 1974 y 1990 y que son las que forjaron la leyenda.

Como secuela, la novela Doctor Sueño ofrecía un vapor muy diluido con respecto a El Resplandor, pero, a pesar de eso, resultaba una novela interesante y con algunos momentos de brillantez.

A Doctor Sueño, la película, le sucede lo mismo. Como adaptación de la novela de El Resplandor, hay que decir que es modélica, depurando incluso en algunos momentos aspectos fallidos del libro.

Al igual que el relato de King, sabe también que gran parte de su atractivo comercial está en ese fan service que supone regresar al Overlook, y hay que decir que el director Mike Flanagan (quien en 2018 realizó un trabajo maravilloso con su relectura de La Maldición de House Hill de Shirley Jackson) consigue reconciliar la letra del escritor de Maine con la estética de Stanley Kubrick (una rivalidad de casi 40 años).

Su puesta en escena es modélica, con secuencias de gran belleza visual y que se mueve con soltura entre el terror y la fantasía. Los actores cumplen perfectamente con su función, especialmente Rebecca Ferguson como la vampiresa de fuerza vital Rosie la Chistera.

Pero que nadie se lleve a engaño, esta secuela de El Resplandor es un producto comercial, palomitero, a años luz de distancia de los logros de Stanley Kubrick y su experimento en terror.