Cuando debutó en el cine en la década de los 70, David Cronenberg se caracterizó por desarrollar un conjunto de películas donde carne, fluidos y los procesos psicológicos de los personajes quedaban íntimamente conectados, diluyendo de manera truculenta y explícita las fronteras entre lo físico y lo emocional. Carne y cerebro se convertía en una autopista de doble sentido en la que los traumas de los personajes se somatizaban. El sexo, la alienación social o la dependencia de la tecnología evolucionaban hacia una mutación física que se convertía en metáfora visual de los conflictos internos de los personajes.

Esto llegó a su máxima expresión en 1983 con Videodrome y la acuñación del término “Nueva Carne” para representar todo esto. Si bien es cierto que el concepto de la “Nueva Carne”, de una forma u otra, a veces de forma más fantástica, otras de forma más realista, ha seguido formando parte de la base de todas sus películas posteriores, Cronenberg siguió evolucionando como director hacia otros territorios. Resulta por lo tanto llamativo, tras ver sus dos primeros largometrajes, cómo la filmografía de su hijo, Brandon Cronenberg, es tan fiel y coherente con aquella etapa primigenia.

POSSESSOR, segunda película de Brandon Cronenberg

Possessor es el segundo largometraje de Brandon Cronenberg tras las buenas expectativas dejadas en 2012 con Antiviral. Pensado a modo de thriller tecnológico, con personas capaces de apropiarse de cuerpos ajenos para cometer asesinatos corporativos, podría formar parte del corpus cinematográfico de otros cineastas como Christopher Nolan o Dennis Villeneuve; sin embargo, la truculencia de la violencia, la fusión de consciente e inconsciente en los personajes, la confusión de cuerpos, esa representación subjetiva del proceso de fusión y ruptura con los cuerpos mutando y deformándose o lo explícito del componente sexual apunta claramente la película a la estela de David Cronenberg.

La dualidad representada en pantalla por los actores Andrea Riseborough y Christopher Abbott, esa fusión de personalidades que se superponen y tratan de separarse de manera violenta, donde el cuerpo es parasitado por una consciencia exterior y lucha por liberarse son temáticas irremediablemente Cronenbergianas. Es verdad que la puesta en escena de Brandon es más moderna, pero su dirección de actores, su ritmo pausado y contemplativo, aboga más por una concepción narrativa propia del cine de los 70. Echamos en falta una partitura musical que ayude a la narración como Howard Shore impulsó el cine de David Cronenberg. Jim Williams se apoya en una partitura muy ambiental y abstracta, pero carente de personalidad.

Possessor es una película osada para este siglo XXI, por la complejidad de lo que propone y la forma sin concesiones en que lo expone, por recuperar una frialdad narrativa anacrónica para el cine de hoy y por ofrecer una continuidad a unos códigos del pasado y hoy en día demodé. En su contra tiene, precisamente, que no aporta nada nuevo que no estuviera ya presente en el cine de su padre.