La cacería humana es un tema recurrente en el cine. Ya desde El Malvado Zaroff en 1932, nos hemos encontrado en varias ocasiones con esa idea de un grupo de personas con todo tipo de armamento jugando al “que te pillo” con una víctima en inferioridad de condiciones, en un espacio reducido y repleto de trampas; sin embargo, hay que reconocer que la fórmula sigue funcionando, sin requerir grandes estipendios. Noche de Bodas se ajusta perfectamente a este modelo.

Es una cinta con escasos elementos, pero bien empleados, realizada de manera artesanal, con un equilibrado uso de la comedia negra, la tensión dramática, unas sabrosas y escabrosas raciones de gore y un conjunto de personajes caricaturescos, pero divertidos. No es un dechado de originalidad, pero, dentro de los lugares comunes de una trama canallesca que divertiría a Claude Chabrol por su visión amoral de la burguesía, sí sabe ser fresca y sorprender al espectador.

La labor de los directores Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett no es voluntariamente funcional, pero, por momentos, se permite ser también juguetona y díscola.

Del reparto hay que destacar el desparpajo de Samara Weaving, quien de aquí da el salto directo a la fama, aunque, por lo general, todos los intérpretes demuestran disfrutar con el carácter gamberro de sus personajes. La salvedad la podemos poner en Mark O’Brien, al que le toca el sambenito de jugar con el papel más soso, plano y pueril de toda la película.

Noche de Bodas no aspira a ser la película del año, ni la más taquillera, ni la nueva obra de culto millennial. Sólo quiere ser un divertimento, un juguete sencillo y modesto, que basa su atractivo en su simpleza, y con ello consigue hacernos pasar un buen rato.

Cartel de 'Noche de bodas', estreno en cines este 11 de octubre.
Cartel de ‘Noche de bodas’, estreno en cines este 11 de octubre.