El gran problema que se encuentra la fantasía juvenil llevada al cine es la falta de originalidad. El modelo Tolkien, pasado por el filtro George Lucas y reconvertido en franquicias de explotación ad nauseum ha dejado poco espacio para la sorpresa o la creación de nuevos personajes distintivos, por mucho que detrás se cuente con una saga literaria que supuestamente debería aportar algo de enjundia argumental al conjunto. Mortal Engines, primera de cuatro novelas llevada ahora al cine de la mano de Peter Jackson como productor y guionista, sufre de este raquitismo literario.
El chivo expiatorio/ director de esta película es el debutante Christian Rivers, ganador del Oscar en 2006 por los efectos visuales de King Kong y colaborador asiduo de Jackson, cumple allí donde se esperaba que cumpliera, es decir, en el diseño artístico de la película y la ejecución de los efectos especiales.
Visualmente, la cinta cuenta con algunos momentos álgidos, como los abordajes de esas ciudades rodantes a otras o las escenas aéreas, que tienen bastante dinamismo; sin embargo, la trama peca de insustancial y reiterativa, así como de unos personajes que no conectan con el espectador.
Los actores, incluido veterano como Hugo Weaving, carecen de herramientas con las que hacer sus personajes interesantes, y se les ve forzados declamando unos diálogos pueriles como si fueran Shakespeare.
Esto sin querer detenernos en ese discurso tan políticamente pulcro, donde hay un muro que separa naciones y el bando de los buenos es un amalgama de diferentes razas y nacionalidades propio de la propaganda de Benetton.
Vistos los resultados en pantalla, nos cuesta ver qué vio de interés en este proyecto Peter Jackson, sumándose Mortal Engines a esa cada vez más larga lista de intentos de franquicia que no superan la primera entrega.