En el pasado, la mera visión de un cometa en el cielo hacía que la gente se sintiera intimidada e inquieta por su presencia. Para muchos eran considerados como estrellas «con el cabello largo» que aparecían en el cielo de forma imprevisible e imprevista. En palabras de algunos observadores clásicos, un cometa alargado parecía una “espada ardiente” que rasgaba el cielo nocturno y presagiaba una tragedia. Los mismos romanos creyeron que el cometa que apareció tras la muerte de Julio César, en el año 44 A.C. era su propia alma.

Hasta bien entrado el siglo XVI los cometas no fueron objeto de un estudio serio y riguroso por parte de los seres humanos, salvo en el caso de los astrónomos chinos, quienes, durante siglos, guardaron un exhaustivo registro, gráfico -con ilustraciones de los tipos característicos de las colas de los cometas- y escrito de los momentos en los que aparecieron y desaparecieron, además de sus posiciones celestiales. En Occidente fue capital la aportación de astrónomos, tales como el danés Thyge Ottesen “Tycho” Brahe (1546-1601), el alemán Johannes Kepler (1571-1630) y los británicos Isaac Newton (1642-1727) y Edmund Halley (1656-1742) de quien toma nombre el cometa 1P/ Halley, para poder empezar a entender la naturaleza de estos cuerpos celestes.

Ahora sabemos que los cometas son restos que provienen de los momentos iniciales del nacimiento del sistema solar, hace alrededor de 4.600 millones de años. Los cometas están compuestos por hielo, cubierto, éste, con material orgánico de reposo. Por ello fueron llamados “bolas de nieve sucias”. Cada cometa posee una pequeña parte congelada llamada núcleo, que, a menudo, no sobrepasa unos pocos kilómetros de diámetro. El núcleo contiene trozos de hielo y gases congelados con trozos de rocas y polvo incrustados, aunque también puede tener un interior rocoso de tamaño pequeño.

Un cometa se calienta a medida que se acerca al sol y desarrolla una atmósfera, o coma. El calor del sol hace que el hielo del núcleo se convierta en gas para que la coma se agrande. La coma puede tener un diámetro de cientos de miles de kilómetros. La presión de la luz solar y de las partículas solares de alta velocidad -viento solar- soplan los materiales de la coma lejos del sol, formando una cola larga y, a veces, brillante. En realidad, los cometas tienen dos colas, una de polvo y una de plasma o gas ionizado.

Sea como fuere, los cometas siempre han sido los responsables de desatar los más tétricos presagios entre los habitantes de nuestro planeta, sobre todo en lo relativo a predecir la destrucción de la Tierra. Todavía se recuerdan los histéricos comportamientos desatados en ciudades europeas, tales como París, en los años 1857 y, sobre todo, en el agosto del año 1872, cuando muchos de sus ciudadanos creyeron que la llegada de un cometa era el último y verdadero presagio del fin del mundo… Igualmente, unas décadas después cuando el cometa Halley volvió a visitarnos, a principios del pasado siglo XX, fueron muchos los que enloquecieron y llegaron incluso a quitarse la vida, ante la presión social y mediática que se desató. Incluso hoy en día, en pleno siglo XXI, hay cultos religiosos que siguen asociando la estampa del cometa como algo a lo que hay que temer, ante lo imprevisible de su devenir celestial.

Dicho todo esto, un cometa es un “segundón espacial”, si se lo compara con el majestuoso y letal asteroide, ese cuerpo celeste rocoso, menor que un planeta, pero mayor que un meteorito que, en el pasado de nuestro planeta, fue responsable, por citar un ejemplo de sobra conocido -sobre todo a partir de la década de los años ochenta, del pasado siglo XX- de la total extinción de los dinosaurios, sesenta y cinco millones de años atrás, a finales del periódico Cretácico.

El asteroide, por su superficie rocosa, permite al ser humano teorizar con la posibilidad de su destrucción, ya sea por métodos remotos e, incluso, presenciales, enviando una tripulación humana que aterrice sobre su superficie para su posterior destrucción. El cometa, por su composición, no permite dicha opción.

Imagino que nada de esto pasó por la cabeza de John Garrity, el ingeniero estructural que pretendía disfrutar del cumpleaños de su hijo Nathan mientras, por televisión, se esperaba la llegada hasta la Tierra de algunos de los restos dejados por el paso de un cometa que, como anteriormente había hecho el Halley y el Hale-Bopp, había llegado hasta nuestro sistema solar para, a renglón seguido, seguir surcando el espacio exterior.

Lo que a buen seguro no estaba en los planes de todos aquellos que se habían reunido para celebrar el doble acontecimiento -ni del resto de los seres humanos- es que el cometa en cuestión se convertiría en algo más que una luminosa estela flotante en el cielo, pasando a ser el responsable del apocalipsis que tantos, en el pasado remoto anteriormente comentado, habían asociado con su imponente figura.

Tampoco estaba en los planes del ingeniero, separado y aun sin encontrar la estabilidad perdida cuando todo esto sucedió, el que su gobierno decidiera seleccionarlo para ocupar un lugar en uno de los múltiples aviones que, ante la situación desatada, le llevaría, junto con su familia, hasta un refugio seguro. Para él, su trabajo no era ni más ni menos importante que el de cualquiera de sus vecinos, pero, quienes dictan las normas, pensaban de otra forma.

La suma de ambos factores le llevará a emprender un incierto camino que, a poco que se bifurque un poco de la ruta programada, le mostrará que la raza humana es MUCHO más peligrosa que cualquier cuerpo celeste, plaga o desastre natural…  Y esto será luego aplicable a los otros dos miembros de su familia, su hijo y su mujer, Allison, quienes, de una forma o de otra, serán presa de la innata capacidad de los seres humanos para hacerse el mayor daño posible, sin ninguna remisión de causa.

En todos los casos, el detonante será el brazalete que, una vez llegados a la base militar de donde deben partir, les colocarán a los tres. Sin embargo, al no poder subirse a ningún avión, los transformará en una suerte de “animales destinados al matadero” ante los ojos de quienes se cruzan en su camino. En algunos casos, será la desesperación y la ignorancia de unos la que ponga en jaque su vida. En otros, la sociopatía que parece desarrollarse en aquellos que, por ejemplo, no dudan en separar a una madre de su hijo, con tal de poder sobrevivir. Llegados a este punto, las reglas sobre las que se sostiene nuestra sociedad se desvanecen y ya sólo quedan por aflorar los instintos más primarios y descarnados. Y, a diferencia de lo que pudiera suceder con el ya mencionado asteroide, nada se puede hacer para detener la amenaza que, de manera inexorable, está demoliendo las ciudades, los puentes, los edificios y hasta las mismas bases de nuestra sociedad.

Sólo personas como Dale, el padre de Allison, parecen no haber perdido el norte, ni el sentido de la realidad ante esta situación, pero su contribución para lograr que el resto entre en razón es tan insignificante que lo mejor es tratar de buscar refugio allí donde el gobierno que te seleccionó, ahora, te impide poder entrar.

greenland

Greenland es, por encima de todo, una narración plagada de personajes en el peor escenario posible y no por la amenaza de un cometa que se convierte, como el majestuoso Galan of Taa, en un “devorar de mundos”, sino por todos los que se irá cruzando mientras buscan encontrar un refugio seguro. Y siendo cierto que no todos representan, en carne y hueso, los más bajos y nauseabundos instintos del ser humano, no es menos cierto que son pocos los que merecen ser considerados miembros de una raza capaz de algo más que de aprovecharse de sus semejantes.

Greenland se desarrolla en un corto periodo de tiempo, apenas setenta y dos horas, las cuales no son suficientes para conocer en profundidad a los personajes, pero sí para que nos hagamos una idea del escenario en el que se desarrolla una situación.

Los únicos que parecen mantener un cierto decoro en su comportamiento son las unidades del ejército encargadas de supervisar la evacuación decretada por el ejecutivo norteamericano. En realidad, su disciplina es lo único que los separa del resto de los habitantes del planeta Tierra, aunque, como suele ocurrir, esto es sólo una circunstancia temporal ante la destrucción que se avecina. Además, ni siquiera quien ha decretado la evacuación ha tenido en cuenta algunas variables, una de las cuales afectará a la familia Garrity de forma irreversible y terminará por desatar la odisea en la que todos se verán inmersos.

Greenland es, como sucede con las películas “protagonizadas” por los muertos vivientes, una excusa para mostrarnos la verdadera cara del ser humano y, de paso, enseñarnos algunos instantes realmente espectaculares, sobre todo cuando los fragmentos del cometa en cuestión van causando una destrucción inimaginable. Al final, en el guion escrito por Chris Sparling, ni los zombis, ni el cometa son los protagonistas, sino la excusa argumental que deberá llevar al espectador hasta una butaca de cine para conocer en qué mundo vive, sin eslóganes publicitarios, ni campañas de imagen.

Eso sí, viendo lo que sucede durante las dos horas de metraje, a uno se le viene a la cabeza lo siguiente: ¿Quién necesita de un cometa y/o de una pandemia para acabar con la raza humana y con el planeta Tierra, si los humanos ya ponen todo de su parte para lograrlo?