David Casademunt debuta en el terreno del largometraje con El Páramo, cinta que ha contado con producción de Rodar y Rodar y Netflix y que, tras su paso por el Festival de Sitges, ha saltado directamente al catálogo de la plataforma. Casademunt ha contado con un buen respaldo tanto económico como de producción para poder llevar a cabo este primer proyecto y esto se puede apreciar en una película que ha logrado abrirse un hueco importante a nivel nacional e internacional en el beligerante catálogo de la plataforma.

¿QUÉ ES LA BESTIA?

A nivel de concepto, estamos ante una propuesta aparentemente sencilla. Tres personajes, aislados en un espacio agreste, con una situación de tensión y suspense creciente en torno suyo y con una paulatina degradación física y psicológica de los personajes, tanto por el aislamiento como por el asedio de la criatura. El reto de Casademunt es, por lo tanto, doble. Por un lado, dotar a la narración de una atmósfera de amenaza que vaya incrementándose paulatinamente sin mucho más respaldo argumental que el propio aislamiento de los personajes; y por otro, construir una trama que funcione a diferentes capas y lecturas, de manera que lo que vemos pueda ser interpretado de manera directa como el ataque de una criatura sobrenatural, pero también que pueda responder al propio estado psicológico de los personajes debido al aislamiento y traumas pasados.

Nada nos impide quedarnos con la primera lectura. Si nos acercamos a El Páramo como una película de terror, vamos a encontrar elementos inquietantes, una construcción de la tensión y la amenaza que se va modulando de manera paulatina y que se apoya en secuencias oníricas y relatos populares para ir creando una atmósfera anticipatoria a la llegada de La Bestia. No es en este caso una cinta que busque el susto continuo, que explote a su criatura como visión aterradora en pantalla, todo lo contrario. Todo ese crescendo se va construyendo con un monstruo fuera de plano, peor cuya presencia es más y más patente a medida que avanza la película. Sin embargo, aunque esa lectura está, en nuestra opinión, implicaría quedarnos en la superficie de lo que nos quiere presentar David Casademunt, cuyo relato espera del espectador que rasque un poco más en la superficie.

El Páramo es una película que funciona mejor como alegoría, abriendo de esta manera una abanico de posibilidades mucho más atractivas y enriquecedoras, incluso más allá de lo que estaba inicialmente previsto, pero que nuestra realidad ha acomodado también de alguna manera dentro de la propia película.

Aunque la concepción de la película fue previa a la pandemia, no resulta difícil extrapolar la trama a una lectura post-COVID. Al fin y al cabo, tenemos a esta familia confinada en el siglo XIX, que vive en un exilio voluntario para huir de la situación de la postguerra, aislándose del resto de la humanidad, y siendo acosada por un ser que no pueden ver, pero que cada vez está más cerca. Las consecuencias no son tanto externas, sino íntimas, convirtiéndose la película más bien en una exploración sobre el tema del miedo y cómo éste puede crecer en nuestro interior e infectarnos como si fuera un virus. Al final, lo que provoca la huida de los protagonistas de la civilización y su aislamiento no es tanto la amenaza como el miedo a ella.

CONSTRUYENDO EL MIEDO

El Páramo es, por lo tanto, una película donde el conflicto es intangible e, incluso, irreal. Independientemente de las múltiples encarnaciones que le podamos dar a la bestia, el elemento principal no es ella. De la misma manera que los personajes toman como excusa una circunstancia que nosotros como espectadores no llegamos a ver (el terror y la violencia que anida en la sociedad), la película utiliza lo sobrenatural como McGuffin para tratar los temas que verdaderamente le interesan (los trastornos afectivos familiares, la soledad, la locura, la depresión, el suicidio).

La película se acerca en cuando al tono y estilo narrativo con el cine de M. Night Shyamalan, siendo El Bosque una referencia muy cercana al ser dos películas que tratan el tema del miedo, cómo éste es utilizado para manipular a los demás y cómo lo vamos transmitiendo de generación en generación. En el fondo todos tienen un código muy cercano, basado no tanto en generar miedo, sino crear atmósfera e indagar en la mera naturaleza del mismo. Encontramos en la cinta una narrativa cercana también a La Bruja de Robert Eggers, con esa coincidencia de que el elemento sobrenatural es algo ajeno y que perfectamente podría no existir más allá de la propia mente de los personajes, estando el verdadero terror en elementos más mundanos y cotidianos. En este sentido, la cinta se emparenta también con títulos como Babadook, especialmente en lo que se refiere a la relación de los personajes de Inma Cuesta y Asier Flores.

Asier Flores e Inma Cuesta en El páramo. (c) Lander Larrañaga / Netflix
Asier Flores e Inma Cuesta en El páramo. (c) Lander Larrañaga / Netflix

CONSTRUYENDO LA REALIDAD

Casademunt también se aproxima a este tipo de cine a la hora de definir su gramática cinematográfica. El Páramo prefiere encuadres pictóricos, un ritmo pausado y progresivo, dando recorrido a la creciente amenaza de la criatura, se emplea planos largos e incluso travellings de seguimiento y próximos a los personajes, casi pegados a su piel, dilatando el tempo de la narración y jugando con la perspectiva, a sabiendas incluso por parte del espectador que el juego es siempre la no presencia de la bestia, representada a través de una serie de objetos inanimados, como los penates y que establecen un vínculo más estrecho entre la criatura y los vínculos familiares.

La narración se va volviendo cada vez más centrípeta, estableciendo una trayectoria desde las secuencias de exteriores, con un magnífico tratamiento de los espacios abiertos (espléndida fotografía de Isaac Vila) que refuerzan el concepto de aislamiento, lejanía e incomunicación, a las secuencias de interior que monopolizan la media hora final. Cargadas de tenebrismo, estas escenas enfatizan no sólo la claustrofobia de los personajes, sino su propio trastorno de la realidad, equivaliendo el caos del hogar con su debacle psicológica. Si es verdad que, en nuestra opinión, esta progresión va de más a menos y Casademunt se desenvuelve mejor en los planos de exterior que en los de interior. Frente a lo comedido y cuidado de la puesta en escena del arranque de la película, el clímax final nos resultó tosco y artificioso. Encontramos un salto forzado en la llegada de la bestia, una aparición que, aunque pueda parecer obligatoria para justificar el componente de terror de la historia, en nuestra opinión no era necesaria y matiza de manera negativa la ambivalencia que hasta entonces tan bien había funcionado en la película. Ese cambio de una narrativa sutil y sugerente a un tono más grotesco y desproporcionado sucede, en nuestra opinión de manera abrupta, malogrando incluso a la dirección de actores, con una Inma Cuesta que, en este desenlace, nos resulta afectada y fallida, frente a las virtudes de su personaje en todo el desarrollo de la película hasta entonces.

En una película donde se busca evitar mostrar a la criatura, porque la propia bestia podría romper el alcance de la historia, El Páramo encuentra a su mejor aliado en la música de Diego Navarro. Cuando se lucha contra algo intangible e invisible, la partitura se convierte en la principal herramienta narrativa, situando la amenaza claramente al espectador en la escena, definiendo su personalidad, retratando aquello que aparentemente sólo está en la mente de los protagonistas. A esto se suma una parte emocional cargada de sensibilidad que sirve de leitmotiv y catalizador de la relación materno filial. Como Williams en Tiburón o Barry en Zulú, Navarro aporta con mayor acierto aquello que visualmente no se podía mostrar, construyendo con una música inquietante y que va adquiriendo cuerpo progresivamente, el propio desarrollo del terror en los personajes. A esto se suma una parte emocional cargada de sensibilidad que sirve de leitmotiv y catalizador de la relación materno filial. El uso de una hermosa melodía, apoyada en unja orquestación con componentes de música tradicional y popular o el propio uso de la nana aportan oxígeno y luz que combate con la llegada de La Bestia. En ese contraste entre esos dos universos musicales, Navarro marca lo que es abstracto frente a lo que es perceptible en la historia.

ALTERNATIVAS ABIERTAS

Al final, pese a lo exiguo de su argumento, El Páramo resulta una cinta mucho más ambiciosa y compleja de lo que a priori daba a entender. Se trata de un esfuerzo inesperado en una opera prima, aunque, en nuestra opinión, afectado por un clímax final que traiciona las mejores intenciones de su primera hora de metraje. En cualquier caso, se agradece encontrar una película que prefiere esquivar los fuegos de artificio y prefiere mantener las alternativas abiertas al espectador.

Póster de El Páramo. Netflix
Póster de El Páramo. Netflix