Roger Eggers, director de El Faro y promesa del género gracias a La Bruja, ha confesado que su proyecto soñado es hacer un remake de Nosferatu.

La cinta que aquí nos ocupa no es ese proyecto, aunque la sombra expresionista de F. W. Murnau y de Fritz Lang corre por el ADN de su puesta en escena y la espléndida fotografía de corte pictórico de Jarin Blaschke, uno de sus actores, Willem Dafoe (extraordinario), ya interpretó al Conde Orlok en un trabajo anterior, y el otro, Robert Pattinson, se granjeó la fama interpretando a un vampiro (otro tipo de vampiro, al que afortunadamente hace tiempo que dejó atrás).

Si La Bruja suponía un tratado sobre el fanatismo y el contraste entre civilización y naturaleza tomando como punto de partida el legado puritano de los primeros colonos, El Faro mantiene ese mismo tono ancestral, atávico, pero llevado al terreno lovecraftiano, donde el aislamiento, la locura y la masculinidad tóxica desvela todo tipo de imaginería mitológica, combinando el maquinismo con sirenas y tritones.

Hipnótica, subyugante y desquiciada, El Faro revalida, amplía y corrige las virtudes de la opera prima de Eggers.

No sabemos cuándo el cineasta llegará a ese Nosferatu soñado, pero, desde luego, cuando lo logre, si resulta tan apabullante, enriquecedor, inquietante y arriesgado como El Faro, será un digno heredero de la obra de Murnau.