Hay películas que se convierten en éxitos por capricho de una confluencia de elementos y que, tal vez, fuera de ese momento tan particular en el que fueron estrenadas no hubiesen tenido igual calado. El Cuervo, la película de Alex Proyas de 1994, basada en la novela gráfica de James O’Barr, podría ser un ejemplo de esto. Con un irrisorio presupuesto de 23 millones, a partir de un cómic en blanco y negro, editado por una editorial independiente en Estados Unidos, protagonizada por un actor de películas de serie B o directas a formato doméstico, aupado por el apellido de su padre, y sacando tajada de la moda de superhéroes oscuros marcada por Tim Burton y su Batman de 1989, nada podía presagiar que la película iba a tener el encaje entre el público que tuvo.
CULTO A LA MUERTE
Pero he ahí la confluencia de elementos. El director, Alex Proyas, había ya captado la atención de un sector determinado de espectadores, fans de la ciencia ficción, la fantasía y la estética gótica, con su anterior (y superior) película, Dark City. El director de fotografía escogido, Dariusz Wolski, era un joven profesional llegado del mundo del videoclip y que, gracias a esta película, daría el salto a la liga superior, convirtiéndose en uno de los mejores iluminadores de la actualidad. La película se apoyó en un diseño artístico modesto, pero muy cuidado para respetar la estética gótica del cómic. A esto le añadimos un potente apartado musical, tanto en la tribal partitura de Graeme Revell como en la espléndida selección musical.
Brandon Lee vio en este personaje una profundidad y una tristeza con la que se sintió identificado. Su trágica muerte se vino a sumar al tono fúnebre que arrastraba esta historia, recordemos que la inspiración inicial de James O’Barr vino de la muerte de su prometida por culpa de un conductor borracho. Las circunstancias del violento fallecimiento de Lee hicieron que, en la percepción del público, la conexión entre personaje y actor fuera más estrecha. Todos estos elementos, como decíamos, confluyeron para hacer que una película abocada a una distribución minoritaria y a caer en el olvido, pasara a triunfar en las salas de cine y convertirse en un fenómeno de culto.
HECHIZOS FALLIDOS
Como todo éxito de Hollywood, el siguiente paso era rentabilizar la franquicia. El Cuervo contó con tres secuelas (estrenadas en 1996, 2000 y 2005), a cada cual peor. Hubo también una serie de televisión, de una única temporada, emitida entre 1998 y 1999, y protagonizada por Mark Dacascos, pero también abocada al fracaso. Para ninguno de estos títulos hubo confluencia de astros que influyera en su éxito.
Desde 2008, se empezó a trabajar en un remake de la primera película, por el que pasaron directores como Scott Derrickson, Juan Carlos Fresnadillo o F. Javier Gutiérrez, sin que el proyecto terminara de fructificar. Finalmente, ha sido Rupert Sanders, director de Blancanieves y la Leyenda del Cazador o el live-action de Ghost in the Shell, quien ha llevado a final de trayecto la película, entendemos que con un collage de ideas y diseños heredados.
DE ENTRE LOS MUERTOS
La nueva versión de El Cuervo llega convertida en un amalgama de conceptos, no todos compatibles y donde hay dos posturas principales en conflicto. Una que busca aprovechar el legado de la película de 1994 y otra que busca distanciarse y crear (sin éxito) una identidad y una estética propia. Sanders, si bien en los proyectos que ha tenido previos no ha convencido como director, sí es un realizador elegante, que sabe sacar partido plástico a su planificación. Eso es positivo para una película como ésta.
Desgraciadamente, mientras que tanto el cómic como la película de 1994 eran historias sencillas y directas, dos muertes y una venganza; aquí, se quiere aportar todo un trasfondo psicológico a los personajes, especialmente al protagonista, lo que dilata ad nauseaum la trama. Sanders se toma media hora para presentar la infancia de Eric Draven y su relación de amor con Shelly, mientras que su adaptación postmortem a los poderes de El Cuervo, se extienden hasta el minutos 85 del metraje.
Todo esto, para nada, para llevarnos hasta la casilla de salida del cómic y la película anterior, sin que la pretendida profundidad psicológica de los personajes haya añadido nada salvo tedio. Cuando ya hemos superado la marca de hora y media de duración, por fin, nos reencontramos con el personaje de El Cuervo, por fin la cinta coge con fuerza la acción (ojo, desproporcionada, violenta y gore, eso que tiene la película a su favor).
Pese a todo el empeño impuesto, no hay química entre la pareja protagonista, salvo en los violentos 25 minutos finales, Bill Skarsgård no logra convencer como El Cuervo, entre otras cosas, porque ni siquiera el propio personaje se lo cree. Danny Huston está desaprovechado como villano y, de su larga lista de esbirros, sólo Laura Birn como Marion tiene algo de entidad.
Uno de los grandes méritos de Proyas en 1994 fue darle personalidad a su película. Aquí todos aquellos elementos de interés brillan por su ausencia, dando como resultado una película deslavazada y aburrida.