A finales de los años 70, el sector del cómic de superhéroes estadounidense inicia un periodo de revisión y relectura de su ideario y de sus personajes más emblemáticos. Guionistas como John Byrne, Chris Claremont, Alan Moore, Frank Miller, Grant Morrison, entre otros, ayudan a conformar lo que se ha dado a llamar la Edad Moderna de los Cómics, que alcanzaría a mediados de los 80 su etapa más oscura. En estos años se produce un proceso de maduración de las tramas, al mismo tiempo que las historias se impregnan de un tono desencantado, violento y decadente. La figura del superhéroe empieza a ser cuestionada, así como la sociedad que los crea.
Personajes coloridos y alegres décadas anteriores pasan a adoptar actitudes antiheroicas y hasta fascistoides, más cercanas a Harry el Sucio o al Paul Kersey de El Justiciero de la Ciudad. La etapa de Miller en Daredevil o su El Regreso del Señor de la Noche, Alan Moore con Watchmen o La Broma Asesina o Morrison con Arkham Asylum, por mencionar algunas obras, muestran la cara marcada de la moneda. Lo que era una rebelión contra un modelo establecido se convierte en el nuevo patrón imperante, hasta el punto de que las editoriales se vieron obligadas a separar las publicaciones juveniles e infantiles de esta nueva línea más provocadora y de contenidos adultos.
A día de hoy, con la proliferación de las adaptaciones de superhéroes al cine y la televisión, nos encontramos con un itinerario inverso. De películas que surgen de esa visión oscura y pesimista hemos ido evolucionando hacia películas más coloristas, con más humor y dirigidos a un público familiar, donde las propuestas adultas como Logan o Joker son la excepción. Las plataformas streaming se han ido posicionando también en ambos bandos. Frente al Arrowverso de CW (Arrow, The Flash, Supergirl, Legends of Tomorrow) con su tono más juvenil, tenemos otras propuestas como Daredevil (claramente Milleriana), Doom Patrol o The Umbrella Academy. En algunos casos, nos encontramos casos híbridos, como este Código 8.
Basado en su cortometraje homónimo, los debutantes Jeff Chan y Chris Pare han tenido gracias a Netflix la posibilidad de reconvertir su carta de presentación en un primer largometraje, donde podemos encontrar ese tono distópico de los cómics de mediados de los 80 y parte de los 90. La cinta nos presenta una sociedad futura, donde las personas que nacen con habilidades especiales son discriminadas y obligadas a no emplear sus poderes, convirtiéndolas en el nuevo escalafón más bajo de la estructura social.
Teniendo que elegir entre la pobreza o la criminalidad, muchos de los posibles superhéroes en algún universo alternativo acaban aquí convertidos en marginados, con nulas posibilidades de subir en el escalafón social. Chan y Pare aprovechan esta historia para aportar pinceladas de crítica social a los Estados Unidos de la era Trump y la forma en que a nivel social y sanitario se le ha dado la espalda a la población más desfavorecida del país. En este contexto, los autores de la cinta desarrollan un thriller de acción y ciencia ficción, donde el control de la población a través de drones y unas fuerzas del orden de perfil fascista resulta cercano a la Nueva Detroit de Robocop o el Megacity Uno de Juez Dredd y donde los bajos fondos se dedican a traficar con una droga, “psyke”, diseñada para personas con habilidades especiales.
Hasta aquí todo bien, el punto de partida es prometedor y el diseño de producción y los efectos especiales de la cinta, aunque modestos, cumplen su función y resultan atractivos.
Desgraciadamente, la falta de experiencia tras la cámara de Chan se hace notar, con una puesta en escena bastante anodina y funcional. Pese al argumento del que parte y la introducción de algún apunte de violencia más explícita, el tono de la cinta resulta más amable y superficial de lo que nos hubiese gustado encontrar y el hecho de que sus dos protagonistas principales, Robbie Amell y Stephen Amell (primos en la vida real), provengan del Arrowverso de CW no ayuda a liberar al conjunto de esa referencia más simplista y juvenil.
Como producto de consumo rápido que tan a menudo está ofreciendo Netflix, llamado a captar audiencias mientras el algoritmo le dé posición en la pantalla de inicio de la plataforma, y dirigido a un público juvenil o comiquero sin prejuicios, Código 8 es un producto aceptable y entretenido, sin mayor ambición que explotar de manera trivial una historia con posibilidades, apoyándose en los ecos a un estilo de novelas gráficas y cine de fantasía a los que toma como punto de inspiración, pero con los que finalmente no termina de comulgar.