¿El monstruo nace o se hace? Esa es la pregunta que nos plantea Joker, este particular acercamiento a la figura del archienemigo de Batman.

La cinta de Todd Phillips no llega con la intención de salvar o justificar al villano, sino que, efectivamente, quiere analizar sus causas.

La cinta nos presenta la transformación de Arthur Fleck en el Payaso del Crimen, un viaje interior que va acompañado por un contexto en el que la crisis y la ambición neoliberal de la era Reagan (y por extensión, Trump) va desproveyendo de opciones a los más necesitados. Este Joker surge de ese caldo de cultivo.

Para ello, el director se inspira en la obra de su productor, Martin Scorsese, con referencias claras a Taxi Driver y El Rey de la Comedia. Si Travis Bickle encarnaba el desencanto y el vacío existencial de un excombatiente de Vietnam, Arthur Fleck recoge la lucha moral de alguien a quien la sociedad da la espalda en su caída a los infiernos.

Joaquin Phoenix hace, en ese sentido, una creación antológica, construyendo su personaje de fuera (ese físico brutal, la modulación de la voz) hacia dentro (la paulatina desaparición de los condicionantes morales del protagonista).

Le acompaña una ciudad putrefacta, dura, ominosa, magníficamente iluminada por Lawrence Sher.

Y es que todo apunta a la excelencia y la ambición de hacer una adaptación del cómic adulta, madura e inteligente. Puestos a ponernos tiquismiquis, es cierto que el epílogo resulta prescindible y empequeñece frente a la grandilocuencia del resto de la película. Por lo demás, consideramos que estamos ante una película fundamental para el periodo en el que vivimos y que, con suerte, puede abrir las puertas a un enfoque paralelo, pero excitante, del cómic en la gran pantalla.

Joker Poster