CRÍTICA: BLANCANIEVES (MIRROR, MIRROR)

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Fecha de estreno en Estados Unidos: 30 de marzo de 2012
Fecha de estreno en España: 23 de marzo de 2012
Género: Fantasía – Comedia
País: España – Estados Unidos
Año: 2012
Duración: 106 mins
Web:  www.tripictures.com

Dirección – Tarsem Singh | Guión – Melissa Wallack, Jason Keller | Producción – Bernie Goldman, Ryan Kavanaugh, Brett Ratner | Fotografía – Brendan Galvin | Montaje – Robert Duffy, Nick Moore | Música – Alan Menken
Reparto: Lily Collins (Blancanieves), Julia Roberts (Reina), Armie Hammer (Príncipe Alcott), Sean Bean (Rey), Nathan Lane (Brighton), Mare Winningham (Baker Margaret), Michael Lerner (Barón)
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Es de Perogrullo decir que desde que los Hermanos Grimm hicieran su recopilación de cuentos populares a principio del siglo XIX, el mundo occidental ha dado un giro radical, y que las estructuras sociales y morales de entonces poco tiene que ver con las actuales. Los tiempos modernos hace tiempo que superaron los conceptos de Príncipes azules y modosas princesas, y ya desde mediados del pasado siglo un conjunto de investigadores y creadores del terreno filológico y literario abogaban por un cambio y una actualización de los roles masculinos y femeninos en los cuentos de hadas.

Ya la princesa no debe esperar en lo alto de la torre a que vayan a rescatarla, ni tiene que permanecer sumisa, limpiando y preparando la comida. El modelo de familia también ha cambiado y las madrastras han dejado de ser las villanas del cuento, seres intrusivos que buscan arrebatar el afecto del padre. Sin embargo, pese a esto, existen aún reticencias a desprenderse de la tradición de los cuentos, y muchos de los que se arriesgan a romper los lazos lo suelen hacer de manera tímida o incompleta, y por regla general, muy poco inspirada. Eso es lo que sucede con Blancanieves. Mirror, Mirror, nueva versión del famoso relato y la primera de las tres que nos llegarán a lo largo de este año.

Su director, Tarsem Sighn, ideó una versión ampulosa del cuento, con palacios de inspiración orientalista, fastuosos vestuarios, criaturas mágicas y unas considerables gotas de ironía. La madrastra sigue siendo la villana, aunque aquí se le quiere dar una mayor relevancia que en la historia tradicional o la versión de la Disney (no por nada, la actriz que la interpreta es Julia Roberts, verdadera cabeza de cartel de la película); Blancanieves se presenta como una joven independiente y valerosa, capaz de defenderse por si misma, mientras que el príncipe se convierte aquí en un pelele, sin mayor función en la narración que servir de interés romántico de las dos contrincantes.

Desgraciadamente, este juego postmoderno está lejos de resultar satisfactorio. El guión ofrece un cocktail de situaciones extraídas del cuento tradicional y reescritas de acuerdo a una mentalidad más actual, sin embargo ni resulta tan rupturista como pretende (Blancanieves sigue conquistando el corazón de los siete enanitos a base de recogerles la casa y prepararles la comida), ni tan original. Julia Roberts, antaño la cenicienta moderna de Pretty Woman, parece pasárselo bien con su cambio de rol, mientras que Lilly Collins y Armie Hammer se esfuerzan por no quedar eclipsados frente a ella. Sin embargo, ninguno de los tres resulta creíble en su papel, resultando únicamente memorables esa nueva corte de los siete enanitos fugados del Cirque du Soleil y el siempre resolutivo Nathan Lane como el ayudante de la Reina, Brighton.

Una vez más, Singh pone más énfasis en lo visual que en lo literario y el diseño de producción es lo que consigue hacer verdaderamente atractiva esta película, con apunte especial a este último trabajo de diseño de vestuario realizado por Eiko Ishioka antes de fallecer el pasado mes de enero. Y aun así, la cinta da la impresión de estar muy contenida.

De tono más infantil que las otras versiones cinematográficas que nos aguardan, el colorido y la música de la película nos retrotraen a ese mundo de fantasía para todas las edades. Por ello no es baladí que la partitura haya corrido a cargo de Alan Menken. Renovador de los cuentos clásicos de la Disney en los 80 y los 90 a través de sus partituras para La Sirenita, La Bella y la Bestia o Aladdin, su elección parecía la más evidente. Menken prescinde del apartado musical propio de Broadway que definía a aquellos trabajos animados y ha preparado una partitura sinfónica, repleta de melodías y colorido. Mientras que el guion y el diseño de producción busca romper con el clasicismo, la partitura supone el eje tradicional de la película, dando un tono más ortodoxo al conjunto. Es al llegar al epílogo final cuando uno aprecia lo que verdaderamente podría haber sido este proyecto.

El desparpajo y el esplendor visual al más puro estilo bollywood de la canción “I Believe” (que rompe con el sinfonismo de la partitura para ofrecernos una balada de ritmos modernos y un estilo más cercano al musical de Bollywood que al de Broadway) nos deja con la miel en los labios, deseando que esos escasos tres minutos finales hubiesen contagiado al resto de la película y le hubiesen permitido volar por encima de su encorsetado intento de reescritura postmoderna.