El cine, como industria, siempre ha llevado a cabo una búsqueda inconclusa de la Piedra Filosofal, es decir, esa fórmula perfecta capaz de transformar cualquier material en oro. Cada vez que una película tiene un triunfo en taquilla, se sobreexplotan sus ingredientes, en busca de la receta mágica, la destilación perfecta del secreto de su éxito. Por lo general, el resultado es todo lo contrario, películas sin alma, meros pastiches de cosas que quedan sepultados en la mediocridad bajo la ansiedad de victoria.

ENEMIGOS ÍNTIMOS

El material del que están hechos los sueños en el cine actual se llama cine de superhéroes y raro es el mes en el que no tengamos al menos un estreno que venga a sumarse al catálogo, a lo que en los últimos tiempos se han venido a sumar también las series de televisión para las plataformas. En la actualidad, quien parte la pana en este sentido es Marvel, con su universo cinematográfico, reconvertido ahora en multiverso. Por su parte, la principal competidora, DC, ha visto como sus intentos de rivalizar con la apisonadora de Disney y Marvel Studios no han obtenido los resultados esperados. Esto ha llevado a DC Studios y a Warner a hacer cambios y virajes de rumbo precipitados.

¿LA ROCA FILOSOFAL?

El estreno de Black Adam se ha querido vender como un motín dentro del propio estudio, donde la estrella hizo uso de su poder para imponerse frente a la indecisión del estudio. Si bien Black Adam es un personaje del catálogo DC, vinculado con Shazam o Superman, desde un principio, su adaptación al cine ha sido más un proyecto personal de Dwayne Johnson, largamente postergado en el tiempo, precisamente por las derivas del estudio a la hora de definir la hoja de ruta de su universo cinematográfico. Johnson anunció que sería Black Adam por primera vez en noviembre de 2007 y hemos tenido que esperar quince años para verlo hecho realidad. Ante tanta indefinición por parte del estudio ha sido finalmente la iniciativa de la estrella lo que ha llevado este proyecto a su conclusión. Black Adam no es, por lo tanto, un producto DC, ni una película que canibalice el estilo Marvel. Black Adam es una película de Dwayne ‘The Rock’ Johnson.

TEAM JOHNSON

Siguiendo el modelo de referentes como Arnold Schwarzenegger, Johnson rápidamente estableció que para triunfar en Hollywood debía convertirse en su propio sello, en su propio género. La gente no iba a ir al cine a ver una cinta de acción, de aventuras, una comedia o, como es el caso que nos ocupa, una película de superhéroes. La etiqueta debía ser una película de Dwayne ‘The Rock’ Johnson, y hay que reconocer que no sólo lo ha conseguido, sino que esta fórmula le ha convertido en una de las estrellas más taquilleras del cine hollywoodiense actual. Para ello, Johnson ha entrado a controlar cada detalle de la producción de sus películas y, salvo excepciones como Fast & Furious (de ahí su salida poco amigable de la franquicia), en ellas todo debe girar a su alrededor. Es cierto que, asegurado esto, no le importa compartir estrellato con otros actores, especialmente si son amiguetes como Kevin Hart. Esto implica también que sus películas suelen contar también con un equipo recurrente, de confianza, tras la cámara. Esto incluye a directores como Rawson Marshall Thurber, Brad Peyton o, ahora, Jaume Collet-Serra.

EL ALQUIMISTA

>A Collet-Serra lo hemos vinculado hasta ahora con Liam Neeson y sus thrillers de acción, un tándem dinámico y efectivo que nos ha ofrecido compactas películas de género; sin embargo, aunque buen artesano, para su relación con Johnson, el cineasta ha tenido que retroceder a una posición más utilitaria. Si Jungle Cruise fue el campo de pruebas, superado con nota en cuanto a ofrecer a la estrella un artefacto de lujo para su lucimiento, Black Adam es un derroche de puesta en escena pensada no para contar una historia, sino para favorecer a una estrella.

No podemos poner pegas a la labor de Collet-Serra, quien derrocha grandilocuencia, espectáculo y sentido de la maravilla con su narrativa. Lo mismo se aplica a otros apartados de la película, como la fotografía, los efectos especiales o la música. Todos cumplen a la perfección la misión que les han encomendado. El problema es que esa misión no es presentar la historia y los personajes al espectador de la manera más eficaz, lúdica y fascinante, sino subrayar a cada momento el valor de su estrella.

Después de películas como San Andrés, Proyecto Rampage, El Rascacielos, las dos entregas de Jumanji o Jungle Cruise, Black Adam se ha convertido en la película que más enfatiza de toda su filmografía la posición de estrella de Dwayne ‘The Rock’ Johnson. Cada plano suyo es recalcado, enfatizado, ralentizado, molonizado. Johnson, lejos de interpretar un papel se limita a modelar poses para recalcar lo indestructible del protagonista, pero, sobre todo, cómo todo esto emana de la propia esencia de la estrella y no de su personaje. Teth Adam no existe, es una máscara de The Rock.

EL MAGO DE OZ

En la superficie, Black Adam puede parecer la quintaesencia del blockbuster. Desborda acción, humor, espectacularidad, pero mientras uno la ve en la sala lo que encuentra es una cáscara hueca, sin esencia, sin personalidad, que frente a su volumen de ruido acaba resultando aburrida y soporífera. Tanto énfasis en su estrella no hace más que evidenciar que probablemente estemos ante la peor interpretación de toda la carrera de Dwayne Johnson y donde todo lo demás carece de entidad. Sólo Pierce Brosnan, en su rol de Doctor Destino, consigue aportar suficiente carisma como para distanciarse del campo gravitacional de The Rock y sobresalir entre tanta nadería.

FÓRMULA FALLIDA

No creemos que la fórmula Dwayne Johnson sea la vía de escape de DC, al menos, Black Adam así no lo manifiesta. Es probable que la película tenga éxito en taquilla, pero no vemos en ella valores para servir de faro del Universo DC. Si verdaderamente el personaje va a tener continuidad en futuros títulos, será necesario rebajar la receta de esteroides del ego de Dwayne Johnson. Lo mismo recomendaríamos hacer con la fórmula de las futuras películas del sello The Rock, porque la mezcla ya huele a recalentada.