Tras sus maravillosas incursiones en la televisión USA, el regreso a España de Paco Cabezas con Adiós, cinta que además supone su reencuentro con Mario Casas 9 años después de Carne de Neón, es motivo de gran satisfacción. Estamos hablando de cine de género, puro y duro, un thriller de acción, con trasfondo dramático y una puesta en escena arrolladora.

A nivel formal, la forma en que el cineasta combina las raíces del folclore con un absorbente tratamiento del suspense y la tensión aporta identidad a un formato universal.

Al mismo tiempo, Cabezas construye algunas set pieces antológicas, con un trabajo de montaje extraordinario, donde quizás la pega que se le puede poner es que hay secuencias en la parte central de la película, como la secuencia en paralelo por el polígono de las 3.000, mucho más apabullantes que el clímax final.

En cualquier caso, Adiós no es un espectáculo vacío, de factura impecable, pero carente de componentes empatizantes. El detonante de toda esa acción desmesurada, furiosa, visceral, parte de emociones básicas, como el sentimiento de paternidad. Más allá de su funambulismo entre el bien y el mal, la moral y la ética, lo que mueve a los protagonistas de la historia es el amor y el dolor, y lo que genera el sentimiento de pérdida, o el miedo a lo que ello supone.

A pesar de su apariencia recia, convidados de piedra forjados en la violencia, todos los personajes principales se definen por su debilidad, que acaba arraigando en el estómago del espectador. Eso es lo más importante de Adiós, no tanto la montaña rusa de acción, sino esa desazón y el dolor que nos impregna la piel y las vísceras durante los 110 minutos de metraje.

Adios