Crítica: “PACIFIC RIM. INSURRECCIÓN”. Bajando el listón

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El Pacific Rim de Guillermo del Toro, más que una gran película, era un placer culpable. El mexicano se permitió el capricho de crear un espectáculo visual que bebía de dos tradiciones emparentadas con el cine japonés y a las que Del Toro rendía homenaje de manera nostálgica. Pese a la ligereza de su argumento, todo el peso se colocó en la escenificación de esas dos moles físicas que eran los Jaegers y los Kaijus.

Pese a ser creaciones digitales, se puso un gran esfuerzo para darles densidad física y que el espectador fuera capaz de sentir la pesadez de sus movimientos y la huella que dejaba en el espacio que les rodeaba. Se trataba de una cinta orientada más a un sector de público de mediana edad, nostálgico de referentes como Mazinger Z o las diferentes entregas de Godzilla.

Cuando la película se quedó corta en sus aspiraciones recaudatorias, el futuro de Pacific Rim como franquicia dependió de su capacidad para cambiar y adaptarse a un target de público más juvenil.

Pacific Rim: Insurrección rebaja sustancialmente las ambiciones de su creador. La trama es mucho más ligera, con personajes sin tanto peso dramático; se eligen actores más juveniles, como un John Boyega recién salido de Star Wars; el tipo de humor se suaviza, apostando por gags más banales y simplistas; a los movimientos de los robots se les resta densidad física y se aceleran; la construcción digital se reorienta, se sustituye el gusto por el detalle de Del Toro por una mayor maleabilidad (y economía) de los efectos.

El resultado es una película sin encanto, infantiloide, argumentalmente superflua y donde para colmo hay que esperar al clímax final para ver los que promete.