Durante sus más de 40 años de andadura, Troma ha aportado mucho al género fantástico, y no solo por producir y distribuir casi patológicamente clásicos de dudosa factura. Aunque el recurso fácil es recurrir a la caricaturesca violencia de El Vengador Tóxico’ cuando se habla de la compañía capitaneada por Lloyd Kaufman y Michael Hertz, existen otros casos reseñables: mientras que El Día de la Madre es un remake de un título homónimo de esa casa, el ahora aclamado director de la saga Guardianes de la Galaxia, James Gunn, dio sus primeros pasos en la industria escribiendo el guión de Tromeo y Julieta, una reimaginación del clásico de Shakespeare sometido a la miope visión de este sello independiente. Entre esa constelación de incunables de Troma se encuentra Poultrygeist: the night of the chicken dead, una de las producciones más caras de la casa pero, al mismo tiempo, de las más desconocidas en los países de habla hispana.

Un relato de amor y zombis

Si Woody Allen convirtió a la ciudad de Nueva York en un personaje más en sus trabajos, no es descabellado decir que Kaufman ha hecho lo mismo con Tromaville, escenario en el que se desarrolla esta aventura. En la película, esta comunidad ficticia ve sacudida su tranquilidad cuando American Chicken Bunker una cadena de comida rápida casualmente parecida fonética y estéticamente a Kentucky Fried Chicken, decide construir su nuevo local en el antiguo cementerio indio local. Aunque las protestas no se hacen esperar, el dueño de la franquicia no tarda en ganarse a la gente de Tromaville, lo que hace que acudan en masa a la inauguración del restaurante. El problema llega cuando los espíritus de los nativos americanos profanados, unidos a los de los pollos servidos en el restaurante, empiezan a poseer a los comensales, lo que deriva en un alzamiento de zombis emplumados nunca antes visto.

De forma paralela, un chico llamado Arbie descubre que su exnovia Wendy es una de las manifestantes y que ahora sale con otra chica que ha conocido en la universidad. Consternado por la situación, el protagonista decide entrar a formar parte del equipo del American Chicken Bunker como venganza, lo que sirve de excusa para que la película nos muestre un puñado de personajes extravagantes que ayudan al director a desacreditar a la industria de la comida rápida. A medida que el relato avanza, también lo hace la relación entre Arbie y Wendy, que acabarán luchando codo con codo junto a otros supervivientes contra una horda de pollos zombificados que asediarán American Chicken Bunker. Para meter el dedo en la llaga, uno de los compañeros de Arbie es Hummus, una mujer musulmana que amenaza constantemente con “explotar” si no la respetan, o que no duda en jurar que “los pollos nos han declarado la Jihad a todos”. Esto podría ser un detalle sin importancia si no fuese porque la película fue rodada y estrenada en pleno apogeo de las políticas antiterroristas de George W. Bush, lo que se presentó como un contradiscurso que ridiculizaba una creciente paranoia nacional alimentada por la rígida maquinaria propagandística gubernamental. Pero eso es otra historia.

¿Falta algún ingrediente por añadir en esta ensalada de disparates? Además del amplio elenco de personajes que ridiculizan al americano medio, que incluyen inmigrantes sin papeles o paletos zoófilos, entre otros, todavía queda el que quizás sea el aspecto más interesante de Poultrygeist: los números musicales. Aunque parezca increíble, la guinda del pastel llega con la hasta ahora desconocida capacidad que Kaufman tiene para incluir en medio de la narración coreografías y canciones que, si bien siguen la línea media de las malas actuaciones y los grotescos planteamientos de Troma, levantan una sonrisa en el espectador. Y tampoco es un pecado reconocer que algunos temas son verdaderamente pegadizos.

Por todo esto, es debido rescatar Poultrygeist: the night of the chicken dead y darle el aplauso que se merece, aunque sea breve. Partiendo de una premisa absolutamente delirante, Kaufman consigue dar forma a una historia que, reutilizando el humor y la crítica social descafeinada que le definen como creador, le permite divertirse con número musicales, un recurso inédito en su carrera. Se rumorea que, al igual que ha ocurrido con El Vengador Tóxico y El Día de la Madre, hay algún estudio interesado en adquirir los derechos del film para adaptarlo a los cánones del cine de masas. Aunque de fraguarse este proyecto que ya vaticina un resultado previsiblemente malo, la obra de Troma trascenderá y siempre respirará ese aire frescura que caracteriza al que Kaufman ha denominado como el “verdadero cine independiente”.

Antecedentes

Obviando el desfile de clichés de películas de zombis a los que recurre esta cinta, la serie animada Los Cazafantasmas – la oficial y no aquel producto oportunista de ghostxplotation firmado por Filmation – enfrentó en 1988 a Peter Venkman y a sus mosqueteros contra una aparición fantasmal gallinácea en un episodio que compartía título con la cinta de Troma.

Aunque el capítulo estaba a caballo entre el homenaje y la parodia de Poltergeist, el fantasmagórico drama sobrenatural dirigido por Tobe Hooper que nos hizo temblar al ritmo de las partitura de Jerry Goldsmith, no deja de ser curiosa la premisa: una criatura monstruosa nacida de un huevo de tamaño atípico muerde a Egon, uno de los cazafantasmas, para convertirlo en un monstruo mitad pollo, mitad humano, bautizado irónicamente como “werechicken”. Aunque la conexión entre ambas historias es discutible, llama la atención que existan este tipo de antecedentes.