El estreno de Logan ha generado, sin duda, mucha expectación. La despedida del actor Hugh Jackman del papel más importante de su carrera cinematográfica, y al que ha dado vida durante 17 años, no era, sin duda, un acontecimiento baladí.

La primera virtud de Logan ha sido sacar definitivamente al personaje de las características de la franquicia y plantear esta última entrega como un episodio aparentemente independiente de la continuidad, sin deudas y sin compromisos. El actor y el director, James Mangold, han encontrado el tono adecuado en este western crepuscular, con ecos explícitos a Raíces Profundas y estilísticos al cine de Sam Peckinpah.

Si en 1985, George Miller colocaba a su héroe Mad Max, envejecido y desgastado, al frente de un grupo de niños, aquí Lobezno deberá también reflotar un apagado sentimiento de heroísmo para ayudar a unos jóvenes mutantes. La construcción de personajes y la empatía que consiguen con el espectador, especialmente en esa relación paterno-filial que se establece entre Charles Xavier y Logan, aportan también un componente emocional y dramático que enriquece la trama, cerrando puertas, pero dejando otras abiertas. La escenificación de la violencia es cruda y sin concesiones. Las imágenes de los estragos que ocasionan las garras de adamantium son impactantes y van más allá de lo visto previamente en una película del universo mutante, salvo Deadpool, pero sin la válvula de escape humorística de la cinta protagonizada por Ryan Reynolds.

Logan se salda, por lo tanto, con un viaje intenso, dramático, repleto de acción, pero sobre todo construido sobre personajes que la convierten en la película sobre Lobezno que todos estábamos esperando.

Póster 'Logan'.
Póster ‘Logan’.