Desde Occidente siempre hemos tenido una ambigua fascinación por Oriente. Tierra de extrañas tradiciones, desde que los relatos de aquellos lejanos territorios empezaron a llegar, la mirada hacia una cultura ajena, que nos produce por igual atracción y temor, fue creando también un constructo ficticio basado, por lo general, más en relatos desvirtuados y mucha imaginación que en un conocimiento empírico de aquel mundo. Un ejemplo de ello lo tenemos en El Libro de las Maravillas, donde en 1298 Rustichello de Pisa aseguraba recoger los viajes del famoso mercader Marco Polo y su llegada y descubrimiento de China. Con el colonialismo decimonónico, muchos artistas se dejaron seducir por esa novelesca visión de Oriente, propagándose a través de la música, los libros y la pintura una mirada ficcionalizada de la vida y las costumbres de aquellos pueblos, muchas veces retratada por autores que jamás se habían acercado a aquellos lugares y que, como Rustichello de Pisa, se dejaban llevar por lo que les habían contado, adorando con otros elementos puramente imaginativos. Para hacer referencia a esta fantasía imperialista sobre Oriente, en 1978 Edward Said acuñó el término “Orientalismo”.

El Orientalismo tuvo también un gran predicamento en los orígenes del cine, desde la Mesopotamia de David Wark Griffith en Intolerancia o las películas de Rodolfo Valentino, pasando por las películas de La Momia o de Las Mil y Una Noches hasta versiones más actuales como el Aladdin de Disney o Memorias de una Geisha. Ese falseamiento de otra cultura, con películas rodadas la mayor parte de las veces en plató, con decorados de cartón piedra ha trascendido y, al igual que los cuadros de Eugène Delacroix, fue durante mucho tiempo (y aún pervive) nuestra fuente de conocimiento de Oriente para los que no podíamos viajar a esos lugares.

LOS VIAJES DE AGATHA CHRISTIE

En la primera mitad del siglo XX, Agatha Christie se convirtió en la gran dama del crimen con sus novelas detectivescas, siempre presentando historias plagadas de estrambóticos personajes, muertes elaboradas y, en muchas ocasiones, exóticos escenarios. Sin embargo, aunque su mirada era tremendamente occidental, lo cierto es que la escritora era una gran viajera, apasionada de la arqueología (su segundo marido, Max Mallowan, era arqueólogo y entre 1928 y 1958, ella le acompañó en sus viajes por Oriente Medio). Su conocimiento de estas culturas era de primera mano y siempre mostró un inmenso respecto por ellas. Es más, Oriente podía ser el marco del crimen, pero el culpable era siempre occidental.

Una de sus novelas más populares, Muerte en el Nilo tiene lugar en un crucero en este río que supone la principal vía fluvial en África y fuente de los principales asentamientos y civilizaciones del continente. Si bien en la obra, Christie describe los escenarios por los que va pasando el Karnak, lo cierto es que el crimen en sí podría haberse escenificado en cualquier otro escenario, ya que, para la escritora, más allá del exotismo en la narración, lo importante era extraer a ese conjunto de personajes y situarlos en un espacio aislado donde la historia no se viera contagiada por intromisiones ajenas.

EGIPTO DECONSTRUIDO

Si bien el cine moderno, precisamente para alejarse de la artificiosidad que caracterizó a su clasicismo, tiende a desplazarse al lugar y rodar en exteriores, Kenneth Branagh, en su adaptación de Muerte en el Nilo, ha preferido una lectura orientalista de la obra, construyendo un Egipto imaginario sin pisar en ningún momento el continente africano.

Con la anterior entrega de los casos del detective Hércules Poirot, Branagh lo tuvo más sencillo, ya que la historia se desarrollaba dentro del espacio cerrado del tren, pero aquí un amplio desarrollo de la historia tiene lugar en emplazamientos míticos, como el Templo de Ramsés II de Abu Simbel. A Branagh no le interesa hacer una adaptación realista de la novela, sino teatralizarla y transformarla en un discurso orientalista, de ahí que su Egipto sea, no de cartón piedra, sino de croma y digital, acorde a los nuevos tiempos.

A nivel de producción es cierto que también es una opción más cómoda y flexible y al director le permite tener una puesta en escena más fluida y controlada; sin embargo, vemos también en el trabajo de Branagh tras la cámara una coreografía que apunta más a una narrativa artificiosa, casi como si fuera un ballet. Al fin y al cabo, el cineasta ya ha demostrado en ocasiones anteriores que su mirada tiende más a la dramaturgia artística que al relato realista.

El Egipto de Branagh no es el que encontramos si vamos físicamente al Nilo, sino una idealización impoluta y orientalizada del mismo. Es verdad que, en este caso, esa artificiosidad es un elemento buscado y aporta interés a la adaptación; sin embargo, es también innegable que puede ejercer en el espectador un efecto negativo, ya que no sólo lo saque de la historia, sino que le pueda parecer pedante o ridículo. En el otro lado de la balanza, esta elección de Branagh hace que la película se beneficie de un espectacular diseño de producción, que desprende lujo en cada fotograma, así como un magnífico trabajo de peluquería, maquillaje y vestuario.

RELECTURA POSTMODERNA

Adaptar una novela de Agatha Christie, especialmente cuando hablamos (como en este caso) de una de sus obras mayores, tiene como principal hándicap que todo el mundo ha leído las novelas, ha visto alguna adaptación previa o, por mera cultura popular, ya están familiarizado con la historia y con su resolución. Es por esto que se tiende a variar elementos en el desarrollo de la trama o el perfil de los personajes. En este sentido, Branagh no es una excepción. A grandes rasgos, el guion respeta la novela de Agatha Christie en cuanto a su desarrollo y sus principales giros narrativos, sin embargo, lo que varia son las características de los personajes.

Al cineasta siempre le han gustado los repartos multirraciales e inclusivos, y éste no es una excepción. En este sentido, aunque sea una infidelidad a la letra de la novela, no vemos ningún inconveniente. Es más, hay personajes que adquieren una mayor relevancia o unas características más atractivas. En este sentido, aplaudimos especialmente los casos de Salome Otterbourne o el propio Poirot, que a su vez se benefician de las estupendas interpretaciones de Sophie Okonedo y Branagh, respectivamente. Esto no quita para que, en nuestra opinión, lo mejor del reparto recae, como no puede ser de otra manera, en Annette Bening.

Como historia, Muerte en el Nilo parte también de otro hándicap, heredado del libro y es que el crimen n ose comete hasta prácticamente la mitad del metraje, desembocando en la segunda mitad en una narrativa más frenética y atropellada. La primera mitad está destinada a presentar a los personajes, cosa que en la película resulta un tanto excesivo y se dilata bastante, pero donde Branagh aprovecha para darle nuevas pinceladas a su personaje de Poirot, que se convierte en una variante distinta al ideado por Christie, pero que aquí ofrece, en nuestra opinión, un retrato más humanizado.

Kenneth Branagh como Hércules Poirot en 'Muerte en el Nilo', de 20th Century Studios.
Kenneth Branagh como Hércules Poirot en ‘Muerte en el Nilo’, de 20th Century Studios.

SE HA COMETIDO UN CRIMEN

Más allá de que las elecciones puntuales en materia de puesta en escena y retrato de los personajes nos puedan parecer más o menos oportunas, lo cierto es que, al igual que sucedía con Asesinato en el Orient Express, en nuestra opinión, el mayor problema que le encontramos a esta nueva versión de Muerte en el Nilo radica en el tono escogido por el director.

La trama tiene una serie de requisitos dramáticos que, a nuestro parecer, en la mano de Kenneth Branagh quedan diluidos o ignorados en favor de otros elementos con los que el cineasta parece estar más cómodo. Esto genera que el foco de la narración mira hacia otro lado, dejando aspectos fundamentales en el aire, sin olvidar que la alternancia del tono cómico y el dramático está muy descompensada y que, cuando la trama debe finalmente ponerse seria, al director le cueste remontar la inflexión y se quede corto.

RESOLUCIÓN FINAL

Muerte en el Nilo nos parece un acercamiento más logrado a la literatura de Agatha Christie por parte de Kenneth Branagh que su anterior tentativa; como película, nos parece que tiene muchos valores de interés, ya sean de producción (escenografía, vestuario) como de interpretación (ese regreso al orientalismo que comentábamos); sin embargo, pese a todo, el resultado nos sigue pareciendo insuficiente en cuanto a que la historia se le escurre a Branagh entre los dedos mientras pretende hacer malabarismos con aspectos más secundarios. No podemos decir que sea una mala película o un proyecto de encargo impersonal para Branagh, porque no es así, pero sí nos deja la impresión de ser una película fallida.