«La industria de Hollywood ha invertido cientos de millones de dólares en tratar a los espectadores de cine como si fuesen consumidores de comida rápida. El sueño de las compañías es que el público vea películas como si estuviese comiendo patatas fritas o bebiendo Coca-Cola. Y lo triste es que los críticos han empezado a adoptar esa misma perspectiva, y ahora exigen que las películas cumplan con las fórmulas impuestas por la industria. Se exige que, a los diez minutos de película, ya esté claro quién es el héroe, quién su antagonista y las razones últimas de su conflicto. Pero esas son reglas viejas.
Jean-Luc Godard dijo que las películas debían tener un principio, un nudo y un desenlace, pero no necesariamente en ese orden. Lo cierto es que nuestros nietos seguramente verán películas que no tienen nada que ver con las reglas que definen el cine actual. Debemos hacer películas que puedan inspirar a nuestros nietos. El gran arte siempre evoluciona».
Francis Ford Coppola
Entrevista revista Fotogramas nº 2172
Octubre 2024

El cineasta de Detroit, en su lucha por renovar sus maneras de contar las películas, de utilizar el instrumental técnico narrativo del lenguaje del cine, se mantiene en permanente evolución y compromiso con la séptima de las artes. En ese sentido, Francis Ford Coppola ha desplegado ambiciones artísticas dignas de Orson Welles o Stanley Kubrick, artistas con mayúsculas que arriesgaron mucho en lo personal y en el terreno financiero. En definitiva, el cineasta ha sido capaz de encontrar la manera (nada convencional) de rodar esta fábula de imágenes ciertamente innovadoras y convertirla en toda una oda a la libertad de la expresión artística.

A Coppola jamás le importó el dinero, más allá de para aquello que le permite llevar a cabo. Cuando se tuvo que declarar en bancarrota por el fracaso de Corazonada, sus administradores concursales le obligaron a realizar un filme al año. Coppola cumplió y con Bram Stoker’s Dracula en 1992 terminó de pagar sus deudas.

Francis Ford Coppola y Adam Driver en el rodaje de Megalopolis. Photo Credit: Phil Laruso
Francis Ford Coppola y Adam Driver en el rodaje de Megalopolis. Photo Credit: Phil Laruso

Megalópolis lleva en su cabeza desde los tiempos de Corazonada. Ha tenido que postergar mucho tiempo acometer su amado proyecto, que ha debido de soltar muchísimas veces. Si Coppola es capaz de endeudarse e invertir dinero propio, si hemos decidido visualizar su obra, le debemos el respeto y la madurez de hacer el esfuerzo de detenernos ante ella tratando de asimilarla con cierta paciencia y perspectiva (lo que no quiere decir que tiene que gustarnos por fuerza, faltaría más), antes de emitir mediocres vilipendios y diatribas que obedecen principalmente a razones subjetivas de aquello que nos gusta o no, en lugar de desplegar cierta elegancia y nobleza de espíritu (se puede esgrimir tales circunstancias y cuestionar una obra artística al mismo tiempo).

Vaya por delante que cada cual, faltaría más, tiene todo el derecho a esgrimir su opinión como considere. Tal vez un poco de prudencia y sosiego sería deseable, en lugar de dedicar espacios y artículos enteros a realizar antes del estreno del filme ciertos vaticinios y diatribas catastrofistas, como se acentuaron a partir de su estreno en Cannes, acerca del batacazo en taquilla que se va a dar el filme (la realidad es que el primer fin de semana de exhibición, del 27 de septiembre de 2024, ha recaudado unos pobres 4 millones de dólares, pero ¿qué sentido tiene construir un artículo en torno al fracaso económico de Megalópolis?), o vaticinando el desastre más absoluto, debates que necesitan un poco más de perspectiva y raciocinio.

¿Cuántas obras cinematográficas fracasan en taquilla y son magníficos filmes que el tiempo coloca en su merecido lugar?

En fin, que hay que rellenar muchas páginas virtuales (y escritas), y crear contenidos de consumo rápido, y redacción más rápida aún (en el sentido de poco sujeta a la reflexión). Pero resulta un poco triste ver a los grandes medios de comunicación consumir su tiempo exclusivamente en reflexiones de ese tipo, nada constructivas, destinadas a complacer a quienes sonríen y se regodean con el fracaso de filmes como éste.

Las obras cinematográficas vanguardistas, ambiciosas, de vocación claramente artística, hay que tratar de percibirlas en términos de ¿qué se pretende contar? y ¿qué se ha conseguido con ello?

Hay que trascender de nuestros prejuicios e ideas preconcebidas, debe de irse más allá de tratar de imponer en el juicio de valor aquello que nos gusta, o que constituyen nuestras preferencias personales. Hay que ir más allá de pretender imponer aquello que creemos como un dogma (claramente encorsetado) de lo que forzosamente tiene que ser “el buen cine”. En definitiva, mucha gente se está acercando al filme con una visión “de manual”, es decir, como entre “lo que me gusta” y “lo que veo” existe una enorme diferencia, es decir Megalópolis no se ajusta a “mis criterios personales”, no se está dispuesto a desplegar la paciencia que la obra requiere para reposar las ideas, pues ya se considera que falla en esto o en aquello, precisamente por no ajustarse a lo que esperamos del filme en cuestión.

Esa dicotomía crea cierta frustración que se traduce muchas veces en opiniones innecesariamente despectivas y coléricas. En definitiva, pretender buscar entre las imágenes una obra en unos parámetros que no existen (ni tienen porqué existir), o su comparación a la baja con otras que forman parte de un pasado glorioso, que ha sido la “gran labor” de numerosa crítica especializada, no parece la mejor de las maneras para aproximarse a Megalópolis.

Si Megalópolis no gusta, se está en todo el derecho a expresarlo, faltaría más. Lo que parece un exceso es “hacer leña del árbol caído”, valga la expresión, cuando no se ajusta a lo que nos gusta o esperamos. Hay obras de arte que, aunque no nos gusten, no dejan de serlo. Un filme que no nos guste, necesariamente no tiene porqué ser malo, ni tenemos porqué construir un discurso negativo en torno a lo malo que consideramos que es porque no se adapte a nuestras expectativas. A partir de esa cuestión, discutible como cualquier otra opinión, si el filme es criticable, ciertas críticas catastrofistas también pueden, y deben, ser objeto de la sana crítica, faltaría más, como, obviamente, puede, y debe, serlo la presente reseña.

La agresividad y el señalamiento que se está haciendo a Coppola en numerosas ocasiones, en definitiva, en lugar de la crítica respetuosa, razonada y constructiva, no sólo desacredita a quien la emite de esa forma, sino que permanece como un estigma frente al sosegado debate de ideas, sin duda necesario y enriquecedor, en el sentido de que todas las ideas son necesarias y han de escucharse. En el mencionado discurso de Martin Scorsese cuando recogió su premio Príncipe de Asturias dijo “…Y el debate serio sobre el cine, el juicio crítico – particularmente en mi país– se ha cortado de raíz…”.

1. MEGALÓPOLIS. LA MATERIA DE LA QUE ESTÁN HECHAS LOS SUEÑOS.
2. EL CRISOL DE INFLUENCIAS.
3. LA (EN OCASIONES) MEZQUINA MIRADA CRÍTICA.
4. NUEVA ROMA. TERCER MILENIO.
5. LUZ EN LA VIDA CONTEMPORÁNEA.