Han pasado casi diez meses del fin de la emisión de la primera temporada de Juego de Tronos. Diez meses desde que abandonamos Desembarco del Rey con Arya, viajando en dirección al muro. Diez meses desde el nacimiento de los primeros dragones que ve el mundo en siglos, desde que Ned Stark muriera a los pies de Baelor, desde que su hijo fuera nombrado rey en el norte. Diez meses desde la traición de los Lannister…
…Y el norte recuerda.
¿Han merecido la pena la espera? La única respuesta posible es: ¡Por los siete infiernos, y tanto!
Desde que volvemos a escuchar la el waltz que acompaña al opening más genial que se ha creado en la historia de la televisión (desde luego del año pasado, un premio Emmy lo atestigua) volvemos a adentrarnos a vuelo de cuervo en el tablero de juegos de poniente. El tablero de ese juego donde si pierdes, mueres y donde si quieres tener un amigo leal, más te vale conseguir un huargo.
El Invierno ha llegado, lo atestigua la llegada a la capital de un cuervo blanco y con él Tyrion (Peter Dinklage), el más bajito de los más grandes actores. Desembarco del Rey está impresionante. No sé si ha sido el cambio de localización, el cambio de compañía de efectos especiales, o la pequeña pero efectiva inyección de dinero que ha tenido esta temporada, pero desde luego ahora parece una cuidad. Quizás sea sólo el cumplido que dedica Peter a su hermana, y al igual que a ella, a la capital “le siente bien la guerra”.
Aún con todo, Tyrion está aún mejor. Sus bravatas siguen siendo un juego de ingenio continuo en el que no sabe lo que es perder. Capaz de poner incómodo tanto a su sobrino Joffrey Baratheon (Jack Gleeson), el adolescente más tirano y sádico desde el rey de las moscas, como a su querida hermana, la mujer más temida y deseada de los siete reinos. Y en este capítulo tenemos una demostración de por qué es así. «Poder es poder, Lord Baelish. Poder es poder».
Los anclajes de poder de meñique parecen flaquear. Ganado en un juego de agudeza verbal (y por qué no decirlo, de armas afiladas) por la Reina Cersei (Lena Headey), sus prostíbulos tomados para reclamar algo que el nuevo rey quiere y vigilado de cerca por el enano al que intentó que mataran en la primera temporada, ahora mano del rey a todos los efectos. Esa mirada de Tyrion hacia él tras el “mucho por lo que estar agradecido”, que nos hace recordar todo el baile de máscaras y medias verdades que sostuvo la temporada anterior con los Stark, y todo en apenas unos segundos. ¡Gracias Alan Taylor!
Y es que la narrativa de la historia vuelve tan poderosa como en los últimos dos capítulos de la primera temporada. David Benioff, Daniel B. Weiss y Alan Taylor (los dos escritores y productores ejecutivos más el director) merecen todos los premios posibles (si los cuatro episodios de Taylor están a este nivel y aún así no ganan una lluvia de Emmys y Globos de oro, es que no hay justicia en los Siete Reinos).
Los efectos especiales son otro punto en los que se nota que han aprendido de la temporada pasada. Si los haces, hazlos lo mejor que puedas. Las tomas aéreas del desierto rojo, de las tierras más allá del muro, de Desembarco del Rey… son sencillamente espectaculares, consiguiendo que el mundo parezca tan vivo y tan real como lo son sus personajes.
¿Banda sonora? Otra gran mejora. En la temporada pasada, Ramin Djawadi no me pareció especialmente destacable, aparte de la magistral música de los títulos de créditos. Este año no sé si será por tener más tiempo o más equipo, pero realmente la música ayuda a crear tensiones y emociones en donde un huargo hecho por ordenador puede no resultar tan amenazador como un lobo del tamaño de un hombre.
Misma atención a los efectos de sonido, que hacen que todos queramos tener una pequeña cría de dragón en nuestros brazos, aunque sólo sea por los chasquidos que hacen y porque sirven como mecheros con alas.
La forma de pasar de una historia a otra, encadenando con ese gran cometa que ilumina el cielo en todo el reino también es una gran idea, y que además nos abre a una forma de narrar nueva y más cercana a las novelas. Cada personaje tiene su capítulo, y nos cuenta lo que pasa en su parte de una historia de una sola vez. Volvemos varias veces a Kingslanding, es cierto, pero sólo vamos una vez a Invernalia a conocer todo lo que ocurre con bran, Una vez al campamento de Robb a ver que tal está manejando la guerra (No debe ir mal, por ahora la está ganando, y aunque tres victorias no hagan de él un conquistador, desde luego “es mejor que tres derrotas”), una vez más allá del muro a ver a Jon, una vez al otro lado del mar angosto a ver Daenerys Targaryen (Emilia Clarke), la auténtica reina, y una vez a Dragonstone, a ver al usurpador con más derechos al trono, Stannis Baratheon (Stephen Dillane).
¿Quejas? De pocas a ninguna. Sólo se me ocurre que quiero más, que no quiero esperar no ya otro año para la siguiente temporada, sino otra semana para el siguiente episodio. Todos los fallos de la primera temporada han sido corregidos, y las libertades que toman con la obra original sólo ayudan a que el producto final sea aún mejor. Gran historia, gran serie, grandes artistas delante y detrás de la pantalla, grandes David y Dan, grande Taylor, y por supuesto grande George R. R. Martin.
¡Esperemos que dure tanto como para terminar esta epopeya al mismo nivel!