Locarno es una pequeña ciudad de Suiza, situada en el cantón del mismo nombre, en la que, tiempos del cambio climático negado por muchos, en verano hace un calor húmedo y sofocante. Los habitantes y comerciantes de la ciudad están concienciados que en el mes de agosto van a ser invadidos por legiones de cinéfilos y periodistas provistos con metódicos planes de visionados de filmes, series o documentales y ruedas de prensa y conversaciones con los invitados estrella. Turistas ávidos de ver cine con su acreditación colgada al cuello, objetos y motivos decorativos del festival, principalmente con ese leopardo paseante y vigilante de color amarillo con pintas negras, combinación de colores que parece surgida de aquel cómic de la serie de Sin City.
La Piazza Grande, habitualmente despejada, es literalmente ocupada por una pantalla de cine que rivaliza en dimensiones con las de un edificio a su lado de 8 plantas. El sonido se provee con cientos de columnas distribuidas por la plaza. La invasión incluye la colocación de enormes columnas de sonido, repartidas por los reducidos balcones y terrazas privadas de las viviendas más próximas. El espacio de la plaza delante de la erigida pantalla gigante, hasta dar la curva con la calle principal, la vía Franchino Rusca, es literalmente ocupado por miles de butacas, que asegura una visión del filme proyectado desde cualquiera de ellas. Obviamente hay una división de zonas. El sector de la ocupación con entrada previamente comprada, más próximo a la pantalla y la zona posterior, gratuita para la prensa acreditada y una zona para todos aquellos particulares que quieran ver las películas que cada noche del festival.
Hay días que se emiten dos en lugar de un solo filme. La madrugada del domingo 10 de agosto al lunes 11, la Pantalla de Piazza Grande ofrecía una sesión continua. Después de la mini gala diaria, y tras el screening del estupendo western Testa o Croce?, de Alesio Rigo de Righi y Matteo Zoppis, la sala de la Piazza Grande de Locarno, a partir de las 0.00 horas, ofreció todo un festín para los amantes de las impresiones fuertes.
Es curioso cómo opera una especie de “cambio de guardia” las noches de pase doble. Mucha de la gente que acudió a presenciar el estreno de la noche, cuando éste termina, alrededor de la medianoche, luego se va. Al contrario, numerosa gente joven, que ha estado disfrutando de otras ofertas de la noche en Locarno, acude a la Piazza. Es el momento del subidón de adrenalina.
La épica pesadilla de horror de Stanley Kubrick, en Locarno
La noche en Piazza Grande del domingo 10 al lunes 11, se tiñó de rojo sangre, mezclado con el color blanco de las dependencias del Hotel Overlook. Stanley Kubrick, que no había hecho nunca una película del género de terror, convierte la experiencia en una de las más aterradoras que se recuerdan. Culmina con este filme una década magnífica para el género, que ha aportado éxitos del calibre de El Exorcista (The Exorcist, EE. UU. 1973), de William Friedkin, o La Profecía (The Omen, EE. UU. 1976), de Richard Donner.
El terror se ha llevado en esa década al mar, con un filme que todavía 50 años después sigue sorprendiendo: Tiburón (Jaws, EE. UU. 1975), y también al espacio con Alien, el 8º Pasajero (Alien, EE. UU. 1979), de Ridley Scott. Todas estas propuestas fueron dirigidas por cineastas, como Kubrick, sin experiencia previa en el terror.
Kubrick convirtió imágenes en principio cotidianas como el paseo de un niño con triciclo por las dependencias moqueteadas del hotel y su encuentro con dos niñas gemelas que quieren jugar con él en una de las imágenes más aterradoras de la historia. Y qué decir de ese proceso mutante de Jack Torrance (un papel impresionante de un Jack Nicholson atado bien corto por parte de un director metódico y maniático, pero que al mismo tiempo lo licencia para que desate su histrionismo como pocas veces hemos visto).
Esa secuencia donde en la entrevista de trabajo se le cuenta a Torrance lo que pasó con el último empleado que se quedó con su familia vigilando las instalaciones del siniestro hotel que en invierno estará aislado, y que culmina con el rostro sonriente de Nicholson garantizando que nada de eso le ocurrirá a él, no puede ser más irónica.
Las secuencias de Torrance paseándose con el hacha por la cocina, el salón o los dormitorios del Overlook, y destrozando la puerta del baño donde está su esposa Wendy (Shelley Duvall), al tiempo que grita «Here’s Johnny» (Traducido en el doblaje español, supervisado por el realizador, como ¡Aquí está Jack!), constituyen parte indisoluble de la historia del género.
Una obra maestra del terror moderno
Kubrick, además, hace algo que sin duda cambia por completo la manera de acometer el terror. La mesa de mezcla de sonido, que constantemente explora nuevas maneras de pasear el horror ante el público, que sabe que hay de modo perceptible o no, algo que no para de inquietarle o martirizarle. Directores de cine posteriores como Paco Plaza o M. Night Shyamalan han hecho esto mismo con muchísimo éxito.
En la medida en que Kubrick fue un realizador de mucha personalidad y visualmente arrollador, y de que siempre estuvo al día en las innovaciones técnicas de su oficio, El Resplandor hizo gala de un conjunto de innovaciones técnicas muy importantes. En La Naranja Mecánica (The Clockwork Orange, EE. UU. 1971), el cineasta había hecho un, digamos “uso primitivo” y puntual del steady cam, esa modalidad de cámara en mano, mecanismo que permite al operador desplazar uniformes movimientos con la cámara sin que haya percepción de que hay un ser humano manejándola, imprescindible en el cine contemporáneo. El Resplandor es un filme rodado casi en su integridad con Steady Cam. Es la manera diseñada por el cineasta de seguir a Torrance en su camino tortuoso, así como de levantar acta del drama de su hijo Danny, que tiene un amigo imaginario, y que ve personajes muertos en macabras circunstancias. Es claramente un niño con atribuciones especiales.
Con el director de fotografía John Alcott, Kubrick diseñó una labor fotográfica en función del uso de un equipo ligero, la cámara Arriflex de 35 milímetros, y el uso de una gama amplia de tipos de lentes, y en particular el gran angular de 9,5 mm, que se había utilizado contadas veces en el cine, como ya había hecho con la mencionada La Naranja Mecánica. Cineastas de la llamada Generación de la primera televisión estadounidense como Sidney Lumet y John Frankenheimer habían experimentado, con mucho éxito, con el uso contrastado de diversas lentes con fines narrativos.
Para gran dolor de Stephen King, que todavía no era un escritor prolífico y que su relación con el cine no poseía aún un volumen considerable, supuso una decepción. No solo no fue llamado para el proceso de escritura, más bien fue apartado de él (Kubrick decidió escribir el filme con la escritora Diane Johnson), sino que dejó atrás muchísimos elementos que componían el libro, y se varió por completo el final. King había escrito un detallado libreto que no fue utilizado. El escritor aliviaría este desencanto firmando el texto de la versión televisiva de su novela, realizada por Mick Garris en 1997. Para Stanley Kubrick, el libro era simplemente un punto de partida y el texto se reescribía constantemente, adaptándose al espacio de las localizaciones del hotel. Además, introdujo algunas muertes, pues no veía sentido a que no muriese nadie salvo Jack, ya que estábamos al fin y al cabo ante un filme de terror.
La copia en 35 mm vista en Piazza Grande, con la autenticidad que proporciona el celuloide y su grano, así como el inmenso tamaño de la pantalla, convirtieron la experiencia en algo inigualable.
Vision Award para la diseñadora de vestuario Milena Canonero
La propia presencia en la Piazza a las 21.30 horas de la noche de la diseñadora de vestuario italiana, Milena Canonero, toda una gran dama del cine, que recibió el Vision Award, en el Festival de Cine de Locarno que reconoce su destacada carrera y su influencia en el lenguaje cinematográfico a través de sus innovadores diseños de vestuario, que han dado forma a la imaginación colectiva en películas como las dirigidas por Kubrick, Francis Ford Coppola o Wes Anderson. Canonero presentó su tercera y última colaboración con Stanley Kubrick como un filme compendio de las inquietudes del realizador y un baluarte del absoluto control de todo lo que hacía.