Con notables excepciones, este verano 2017 se está caracterizando por blockbusters muy deficientes, cuyo nulo interés viene acompañado por un fracaso notable en taquilla. El último en sumarse a esta debacle ha sido Transformers. El Último Caballero.

A su favor hay que decir que, con cuatro antecedentes en su haber, ya a nadie debería coger por sorpresa lo que ofrece el último despropósito rodado por Michael Bay.

Empecemos por lo positivo. A base de efectos especiales y una fotografía espectacular, la película luce en pantalla los 217 millones de presupuesto; por su parte Bay, incluso en sus días flojos, sabe construir el tono épico de la película (pueril, cacofónico, pero épico); y, si bien, no es una película a la que se le exija grandes interpretaciones, se nota que Anthony Hopkins se divierte con su personaje y lo trasmite al espectador. Pasemos ahora al otro lado de la balanza.

Después de cuatro películas, aquí Bay sigue sin ofrecer una narrativa clara. Todo es ruido, todo es explosión, y el caos reina en la imagen.

Salvo excepciones (Optimus, Bumblebee), en medio de la batalla es prácticamente imposible distinguir a un Transformer de otro, y todo pasa a ser un amasijo de imágenes digitales.

A esto se suma una evidente sensación de desgana por parte del cineasta, quien lleva anunciando su marcha de la franquicia desde la segunda entrega, regresando a fuerza de talonario. El tono de la película sigue siendo confuso.

Demasiado violenta y con alusiones sexuales y sexistas fuera de lugar para un producto infantil, demasiado plana y boba para un espectador adulto. Los diálogos siguen siendo ridículos y absurdos, y el humor una pura y chirriante astracanada.

¿A la quinta se darán por vencidos? Eso esperamos.