La incorporación del arácnido por fin al Universo Cinematográfico Marvel no es un hecho baladí y, pese al todo ligero de la película, el estreno de Spider-Man. Homecoming no es un acontecimiento intrascendente. Hay mucho en juego con el éxito de la cinta y se han movido las piezas para que la jugada sea lo más acertada posible.

El Spider-Man de Sam Raimi era demasiado purista para el público juvenil. Su referente eran las aventuras clásicas de los años 70 y 80. El reboot a cargo de Marc Webb carecía de rumbo claro y pecaba de un casting erróneo; sin embargo, las fuerzas aunadas de Disney y Marvel han encontrado la fórmula.

Spidey vuelve a ser el quinceañero clásico, en un instituto que parece salido de una de las series juveniles del Disney Channel (incluso con algunas de sus estrellas), de esta manera se aseguran el público juvenil. En un giro maestro, el director John Watts ha conectado ese tono adolescente con el cine de John Hughes, por lo que logra sumar a la ecuación un elemento de nostalgia que atrapa a la franja de mediana edad.

Con estos ingredientes, el resultado ha sido una película dinámica, divertida, multirreferencial, repleta de humor, y con unas secuencias de acción explosivas sin caer en el exceso efectista.

Tom Holland construye un buen Spider-Man, pero sobre todo un estupendo Peter Parker, y además la aventura cuenta con un gran villano interpretado de manera espléndida por Michael Keaton. Hay decisiones que podríamos cuestionar (la ausencia del sentido arácnido, ese traje ultratecnológico que resta protagonismo a las verdaderas habilidades del héroe), pero de momento, no estorban y dejan disfrutar gratamente de la película.