En estos tiempos del #metoo, del @blacklivesmatter o del asedio al Capitolio, es fácil etiquetar una película como Salvaje (Unhinged) por su discurso de hombre blanco enfadado, donde encontramos a un Russell Crowe reconvertido en la versión del siglo XXI de aquel D-Fens interpretado por Michael Douglas en Un Día de Furia.

Aquí, el ex gladiador interpreta a Tom Cooper, un hombre perturbado (tal y como indica el título original de la película) que ha visto rotos sus privilegios heteropatriarcales tras el divorcio y que decide descargar toda su ira contra una mujer y su hijo con los que se cruza, precisamente, en un “días de furia”.

Hay también en la cinta un discurso sobre la vorágine de stress, individualismo y agresividad a la que nos conduce la sociedad actual. Sin embargo, todo esto son meras pinceladas o, al menos, nos las tenemos que tomar como tal para que la película funcione.

Lo que realmente nos vende Salvaje, y ahí la película es totalmente honesta con el espectador, es un thriller desbocado de acción y violencia, donde el sentimiento de indefensión y de inexorabilidad se impone a la propia verosimilitud del relato.

A pesar de su guion de derribo, el director Derrick Borte, con una puesta en escena directa y de pulso firme, y Russell Crowe, con su personaje disruptor de la sociedad, consiguen presentarnos 90 minutos de entretenimiento desprejuiciado, que funciona como una bola de nieve, avanzando y haciéndose cada vez más exagerada a cada secuencia.

El resto, sinceramente, es baladí. Quédense con esto último y podrán disfrutar de una película que se regocija en su espíritu de serie B malrollera y de explotación. Intenten darle una lectura política o social, y el barco hará aguas por todos lados.