Será casualidad que Relic se haya estrenado en la semana donde el debate político ha estado en parte focalizado en el tratamiento público de la salud mental, pero qué bien se ilustran mutuamente. Y es que la película, lejos de ser una cinta de terror sobrenatural (que también lo es), nos presenta una reflexión sobre la falta de cuidados hacia nuestros mayores y lo duro que supone para una persona y su familia cuando hay un caso de demencia a una edad avanzada.

Tres personajes y un espacio casi único ayudan a generar la sensación de claustrofobia y alarma en torno a una entidad indefinida que parece ir poseyendo al personaje de la abuela. Siguiendo la estela de títulos como Babadook o, más recientemente, Saint Maud, Relic usa lo fantástico como metáfora de males muy reales y cercanos, dándoles una escenificación opresiva y siniestra.

Aquí, los dos primeros tercios de película no necesitan de ningún componente sobrenatural (aunque éste se intuya de alguna manera), manifestándose únicamente en la recta final, pero sin perder su valor alegórico.

La puesta en escena de Natalie Erika James es firme, apoyándose principalmente en el valor del espacio, esa casa infinita, sobrecargada, caótica y repleta de espacios oscuros, que equivale a la desequilibrada psique de su dueña.

Resulta fundamental en esto el excelente trabajo de decoración de Vanessa Cerne y de fotografía de Charlie Sarroff. Como pega, se llega a abusar en determinados momentos del uso del sobresalto, en una historia que no requería de este recurso manido.

Por su parte, las tres actrices están espléndidas, destacando especialmente la veterana Robyn Nevin. El resultado es una película inquietante, dura, pero en el fondo hermosa por el tema que trata y el mensaje que quiere transmitir.