Si la serie Último Aviso sirvió para dar a conocer como productora a Lisa Joy, el boom de esta cineasta llegó más tarde con el éxito de Westworld, una de las series de referencia para los amantes de la ciencia ficción televisiva actual. Asumiendo labores de producción y escritura junto a Jonathan Nolan, juntos crearon una serie ambiciosa que, recogiendo el germen de la película de Michael Crichton (primer guion original del prestigioso escritor para el cine y que él mismo se encargó de dirigir), ha sabido ofrecer una obra compleja y reflexiva capaz de lidiar con profundos conceptos filosóficos dentro del contexto de una propuesta de género y de entretenimiento. Es por esto que Reminiscencia, el debut como directora de Joy en el cine (tras dirigir un episodio de la serie) resultaba muy atractivo. Además, la película venía definida también por esa apuesta por conceptos complejos de la ciencia ficción hard, apuntando a Philip K. Dick con la idea de la memoria y la manipulación de los recuerdos.

Con una estética de Neonoir y tocando aspectos medioambientales como el calentamiento global y la subida del nivel del mar por el deshielo de los casquetes polares, la cinta venía avalada también por la presencia de una estrella como Hugh Jackman, tan cuidadoso en lo que se refiere a los papeles que escoge, además de secundarios como Thandiwe Newton (ya presente en Westworld) o Rebecca Ferguson (compañera de Jackman en El Gran Showman). Con todos estos ingredientes en la mano, todos esperábamos, si no un nuevo clásico del cine de género, al menos sí una película que mantuviera un alto listón en cuanto a guion, propuesta visual e interpretación.

NO EXISTE EL FINAL FELIZ

En un momento de la película, Nick Bannister (Hugh Jackman) le dice a Mae (Rebecca Ferguson) que no existe el final feliz, que todas las historias acaban mal, especialmente si han sido historias felices, a lo que ella le pide que entonces le cuente una historia y la deje a la mitad para que acabe bien. En el caso de esta crítica de Reminiscencia, para ese final feliz deberíamos dejarlo en las expectativas planteadas en nuestros dos primeros párrafos, porque lo que viene a continuación es el declive.

Lejos de ofrecer un guion original y bien elaborado, lo que nos encontramos podría ser el resultado de un visionado en pase doble de Blade Runner y Días Extraños después de una cena copiosa.

Todos los conceptos parecen esbozados y cogidos con pinzas, a la espera de alguien que los sepa encauzar. La historia no levanta más allá del cliché, el guion está repleto de agujeros, incongruencias, trampas narrativas, diálogos manidos y personajes planos.

Un planteamiento interesante

Sí, el planteamiento es interesante, por no es nada que no hayamos visto ya y en mejores condiciones. La película transita continuamente por escenas que nos dejan un poso de ya visto. La artificiosidad del diseño artístico, el tono vintage, podría ser atractiva si tuviera algo sobre lo que sustentarse.

Desgraciadamente, la sensación continua es de vacuidad, de tener una historia construida a base de recortes de otras, sin saber llevarlas más allá. Tampoco Joy parece saber muy bien cómo desenvolverse con la cámara. Hay mucho plano de anuncio de colonia, pero a la película le falta personalidad, ritmo, la narración es caótica y lo poco que adquiere cierta consistencia parece rescatado gracias al proceso de montaje y no construido en el set de rodaje. La película abusa de una narración en off, que más que un recurso recogido del noir, parece una necesidad de explicar al espectador lo que está sucediendo, porque la directora es incapaz de hacerlo con las imágenes.

El sentimiento de artificiosidad afecta también al trabajo de los actores. Todos están demasiado afectados. Hay una búsqueda de una intensidad dramática, presente en cada plano, que arruina cualquier posibilidad de dar humanidad y cercanía a los personajes. El conjunto de actores de renombre que pueblan la película vaga perdidos, como fantasmas en las sombras, indistinguibles de esas recreaciones de los recuerdos que aparecen en la trama. Esto refuerza aún más la sensación de vacuidad. El espectador lo ve con el mismo distanciamiento y frialdad con el que el protagonista asiste a los recuerdos de sus clientes recurrentes, con la misma sensación de ya saber qué van a hacer o decir.

NOSTALGIA AL POR MAYOR

Está claro que la nostalgia es el mejor atractivo para atraer público a la sala. Como dicen en la película, “no hay nada más adictivo que el pasado”, pero el público también espera que haya algo más, no sólo el juego referencial, sino un discurso, un oficio, y Reminiscencia fracasa notoriamente una vez rascas debajo de la primera capa de pintura. Y es que el valor de la nostalgia es retroalimentar al espectador con una catarsis, si esto no se produce, el recuerdo carece de valor.

Póster de Reminiscencia, de Lisa Joy.
Póster de Reminiscencia, de Lisa Joy.