El cine coreano sigue llegando a nuestras pantallas rompiendo esquemas y pillando a los espectadores por sorpresa. Lo ha conseguido a fuerza de asimilar las claves genéricas del cine occidental (principalmente hollywoodiense) y dándoles su propia idiosincrasia, fusionando géneros y presentando a la audiencia giros inesperados. A eso se suma una factura endiabladamente robusta y un nivel de producción que permite a estas películas no sólo dar el salto al mercado internacional, sino competir con sus propios referentes de igual a igual, incluso permitiéndose salirse del tiesto en un sentido en el que el cine occidental a día de hoy se coarta de transitar. A grandes rasgos, eso es lo que podemos encontrar en este divertimento tan juguetón que es Project Wolf Hunting.
RECETA TRADICIONAL CON TOQUE EXÓTICO
Si fuéramos a tirar de fórmula para resumir la película podríamos decir que se trata de un cruce de Con Air con Soldado Universal, con giro intermedio del thriller al terror a lo Abierto hasta el Amanecer, todo ello cocinado con mucha mala leche, mucho exceso plasmático y un sentido de la hipérbole y lo inverosímil que sólo permite dos posibilidades, salirse de la sala espantado o quedarse hasta el final fascinado. No es de extrañar que la película haya cuajado tan bien en eventos fantásticos tan festivos como Sitges (Premio Especial del Jurado y mejores efectos especiales) o Isla Calavera (premio a mejor largometraje).
MONTAÑA RUSA
La película no permite al espectador coger demasiado aliento. Sus primeros 25 minutos son el preludio mínimo para poner al público en situación y presentar a grandes rasgos a los personajes, ninguno especialmente tocado por la varita de la moralidad, ni policías, ni criminales. Pasado este tiempo de casi obligatoria pseudo justificación de la trama, arranca la montaña rusa. Desde el primer brote de violencia que da el pistoletazo de salida a la acción, las cartas se ponen sobre la mesa.
Por delante nos llegan 90 minutos frenéticos, cargados de hemoglobina a raudales, un endiablado sentido de la puesta en escena, un montaje abrumador y una desprejuiciada ausencia de desarrollo argumental (si acaso lo mínimo y necesario). Como diría Martin Scorsese, esto no es una película, es un parque de atracciones.
CARNE DE CAÑÓN
Por supuesto, tenemos personajes, someramente presentados en aquellos 25 minutos de introducción, cuya suerte irá truncándose con mayor o menor celeridad a medida que la cinta vaya necesitando incrementar su body count. Hay rasgos mínimos establecidos, determinados clichés utilizados, características predefinidas a través del vestuario, pequeñas acciones, que harán que nuestra predilección vaya en favor de algunos y en detrimento de otros. Un consejo, no se encariñen, la película no hace prisioneros.
BOLA DE NIEVE
El carácter coral de la película, drásticamente reducido siguiendo el modelo del cine de catástrofes hiperacelerado, hace que la narración de la película avance a modo de secuencias paralelas, lo que supone un mayor reto de cara a la planificación y el montaje. Pese a arrancar de manera explosiva, la narrativa va in crescendo en todo momento. Cada vez el sentido de la acción es más y más exagerado, sin caer en la repetición o el desgaste del espectador. A cada atrocidad le sigue otra aún mayor. Mientras el espectador esté dispuesto a mantenerse en el recorrido de la atracción, esta seguirá ofreciéndole giros, caídas, loops, inversiones y espirales cada vez más desproporcionadas para que la animación no decaiga.
FIN DEL RECORRIDO
Películas como Project Wolf Hunting demuestra que éste no es un género menor. Es cierto que no está pensado para quien busque una narrativa literaria atractiva y bien construida. No es cine de grandes diálogos, ni grandes personajes. No pretende discurrir sobre conceptos filosóficos o sociales. Lo suyo no es la metafísica, sino la física en sí, la física del movimiento perpetuo y creciente. En eso, la película no engaña a su público y se atreve a sorprenderle por su forma de dinamitar las expectativas.