Cuando Depredador se estrenó en 1987, era otra época. Reinaba la era del actioner, con héroes fornidos, rudos y masculinos. En la película, John McTiernan nos presentó el juego de supervivencia definitivo, reuniendo a un grupo de personajes (y actores) testosterónicos, de lenguaje directo y acciones lapidarias que debían enfrentarse a su mayor adversario. Hoy, los modelos sociales y de masculinidad son diferentes. El Depredador no representa ya una exacerbación viril, sino la víctima de unas estructuras sociales y familiares tóxicas que deben ser abolidas.

Después del clásico del 87, la franquicia ha estado en tierra de nadie. Desde aquí reivindicamos la segunda entrega como una película de magnífica factura y que abrió nuevas vías de exploración para la franquicia, aunque, desgraciadamente, mejor exploradas en terrenos como el cómic o los videojuegos que en el cine. La franquicia de Depredador llevaba 35 años buscando su lugar en el cine moderno sin demasiada fortuna. Ya la película de Stephen Hopkins fue un fracaso en taquilla, pero ni los intentos por fusionar franquicias con Alien, ni las propuestas de Nimród Antal en 2010 y Shane Black en 2018 tuvieron el encaje esperado.

Dimitrius Schuster-Koloamatangi es Dek en Predator: Badlands. (c) 20th Century Studios
Dimitrius Schuster-Koloamatangi es Dek en Predator: Badlands. (c) 20th Century Studios

Dan Tratchenberg y Predator

Ha sido Dan Trachtenberg como guionista y director, bajo el paraguas de la Disney, quien parece haber encontrado la fórmula para la continuidad de la franquicia. La prueba piloto fue en 2022, con Predator: La Presa, donde ya apreciamos el cambio de sensibilidad y de tono de la franquicia, más adecuado a las nuevas políticas de identidad del siglo XXI. Si en la cinta original era la lucha de los más fuertes, con las tres películas que ha dedicado al personaje, Trachtenberg se ha centrado más bien en un discurso donde los protagonistas parten más bien de posiciones de inferioridad física.

Con su tercera incursión en la franquicia, Predator: Badlands, Dan Trachtenberg sigue estableciendo las bases de lo que se está perfilando como un arco argumental complejo, en el que podrían confluir no sólo los personajes de sus, hasta ahora, tres películas, sino intentar recuperar cosas del pasado (ya está confirmada la conversación del cineasta con Arnold Schwarzenegger para intentar traer de vuelta a Dutch, el protagonista de la primera película).

Trachtenberg se ha alejado del terreno del terror o del actioner, para optar por una propuesta de aventuras de corte familiar. Este salto de un terror visceral, con el Depredador arrancando la espina dorsal de sus víctimas, a la versión Disney de Trachtenberg puede hacer que algunos se rasguen las vestiduras, pero bien puede ser el componente que salve el futuro de la franquicia.

Thia (Elle Fanning) en Predator: Badlands. (c) 20th Century Studios.
Thia (Elle Fanning) en Predator: Badlands. (c) 20th Century Studios.

Ambientada en el futuro en un planeta remoto

Encontramos en la película un discurso sobre familias tóxicas y familias elegidas, donde el protagonista sufre el abuso de sus progenitores por no cumplir las expectativas puestas en él; así como la paulatina construcción de un trio de protagonistas unidos por la necesidad de supervivencia, pero que van estableciendo nexos afectivos sólidos entre ellos a medida que avanza la película. Aquí, el yautja es un ser repudiado que debe ganarse su puesto en el clan por no reunir las cualidades físicas propias de su especie.

La puesta en escena de Trachtenberg apuesta por los aspectos de fantasía, visualmente atractiva, pero cambiando la narrativa seca y violenta de McTiernan por otra más convencional, aunque de carácter imaginativo y juguetón. El cineasta llena el plano con elementos descriptivos para hacerlo más atractivo, apoyándose en una dirección de arte que conecta más con el Pulp de los años 50.

El resultado es una película entretenida, que sigue explorando una mitología con la que el director pretende crear su propio universo (compartido, por las alusiones a la Weyland-Yutani). Trachtenberg se aleja de las ínfulas de autor de otros directores y prefiere ajustarse a unos parámetros puramente de género y con un rol más artesanal. Lo primordial aquí es que la película funcione en lo narrativo, que entretenga y seduzca al espectador, que apele al interés de las nuevas generaciones y que resulte lo suficientemente atractiva como para suscribir a los espectadores a las siguientes entregas de la saga. En este sentido, la película cumple con las expectativas.