El Rey León, la versión de 1994, es el espejo al que todas las posteriores películas de animación de los estudios Disney se han querido mirar. Es cierto que, por aquella época, la factoría venía de sumar títulos como La Sirenita, La Bella y La Bestia o Aladdín, que habían insuflado nueva vida a la empresa; sin embargo, el impacto de esta cinta la aupó al Olimpo de sus producciones. Por un lado, fue un gran éxito de taquilla (968 millones de dólares de un presupuesto de 45 millones); la respuesta crítica fue mayoritariamente positiva; su historia, en la que se entretejen varias referencias shakespearianas (principalmente Hamlet, pero también Ricardo III o Macbeth) le dieron a la cinta un trasfondo de tragedia universal; sumó una de las secuencias más traumatizantes de la infancia del estudio, después de la muerte de la Madre de Bambi o el encierro de la Madre de Dumbo. Es una película que ha generado diversas secuelas, una exitosa versión en formato de musical escénico, y un remake en 2019. Todo esto hace que la recaudación de la franquicia siga engrosando año tras año.

Remake Live Action

Cuando Disney hizo el remake de 2019, dentro de su ciclo de remakes live action (aunque aquí de imagen real no hubiese nada, todo eran imágenes generadas por ordenador), Disney quiso modificar un elemento que en 1994 quedó menos favorecido en la versión de Rob Minkoff y Roger Allers, la representatividad de la cultura africana, incorporando a artistas africanos o afroamericanos en la nueva versión, frente al trasfondo claramente anglosajón que subyacía en la versión de 1994. Sin embargo, pese a esto, y siendo un remake que, además, fagocitaba casi plano a plano la original, si bien se corregía cierta interpretación de apropiación cultural, la historia seguía bebiendo de la tradición anglosajona.

Mufasa: El Rey León amplifica el trasfondo cultural africano que ya potenciaba el remake de 2019, situando además a un director afroamericano de prestigio al frente (en la anterior había sido John Favreau). Barry Jenkins llegó al proyecto con una reputación de cineasta comprometido con su comunidad después de títulos como Moonlight, El Blues de Beale Street o la miniserie El Tren Subterráneo. No es un cineasta de encargo al uso, o habituado a trabajar bajo mandato de un gran estudio; sino un director independiente que se ha convertido en una de las principales voces identitarias de la comunidad afroamericana en Estados Unidos y que se ha preocupado de ofrecer un producto culturalmente respetuoso y sin caer en la impersonalidad de este tipo de producciones.

Con un inicio que rinde homenaje a la voz de Mufasa en 1994, el recientemente fallecido James Earl Jones, el reparto de voces originales también prioriza la presencia de actores afroamericanos, como Aaron Pierre, Kelvin Harrison Jr o Tiffany Boone. El guion, aunque escrito por guionistas anglosajones, elimina todo el trasfondo shakesperiano y nos lleva por un viaje geográfico y espiritual por África. Milele, este término con el que la familia de Mufasa hace referencia a esa especie de paraíso terrenal para los animales, proviene de una palabra en suajili que significa “para siempre, eternidad” y entronca también con cierta mitología de áfrica oriental.

La importancia de estar unidos para poder conseguir grandes cosas

Después del asombroso fotorrealismo obtenido con la versión de 2019 de El Rey León, los avances logrados en animación para esta película son asombrosos. Los personajes, las localizaciones, la fluidez de movimientos o el propio recorrido de la cámara por ese mundo virtual es un gran logro técnico. Se ha mejorado enormemente también en la expresividad de los rostros de los animales, uno de los principales hándicaps de la cinta anterior.
Donde la película ha perdido enteros es en el apartado de guion, que, del trasfondo de tragedia clásica de la original, aquí pasa a narrar una especie de survival animal, con Mufasa y Taka perseguidos por una manada de leones nómadas, resultando más anecdótico que dramático. Es cierto que hay elementos que adquieren cierto peso, especialmente la evolución del personaje de Taka, pero ahí hay que reconocer también que el valor de los personajes se apoya principalmente en el legado de la película original y el valor de unos personajes ya preestablecidos a lo que hay que conducir hacia un punto de conexión con la cinta de 1994 (o, mejor dicho, la de 2019).

El apartado musical tiene también el hándicap de tener que medirse con su predecesora, todo un icono de la música para el cine moderna, con la confluencia de nombres como Hans Zimmer, Elton John o Tim Rice; sin embargo, en nuestra opinión, el trabajo realizado por Dave Metzger, Mark Mancina y Lin-Manuel Miranda, con el regreso de Lebo M, es de un altísimo nivel. ¿Mejor que su predecesora? No, pero tampoco un pastiche. No sólo logra desligarse de la mítica partitura original (con sus guiños puntuales), sino que tiene una entidad propia.

El resultado es una película que se ve lastrada por una historia que no logra levantar el vuelo, pero que en todos los demás aspectos resulta excepcional, con una factura sobresaliente.

Mufasa: El Rey León, de Barry Jenkins. (c) Disney
Mufasa: El Rey León, de Barry Jenkins. (c) Disney