La Invitación es una película de modesto presupuesto, armada con un reparto de nombres en alza, pero aún no estelares y con aspiraciones de cine clásico con estética moderna y acercando referencias universales a temáticas actuales. Como punto de partida, no suena mal. Es más, resulta loable esa ambición de intentar conciliar narrativas pretéritas con un discurso tan moderno. Lamentablemente, de películas bienintencionadas, pero fallidas está la trastienda del cine.

ARISTOCRACIA LIBERTINA

Partamos del guion. Firmado en solitario por Blair Butler, habitual del género tras firmar los libretos de Polaroid y Hell Fest, además de ser productor de la serie de Marvel Helstrom, el libreto recoge esa idea de clase aristocrática adinerada, clasista, endogámica y corrompida, y la contrapone a un personaje moderno, liberado y socialmente comprometido. La curiosidad es que la protagonista, heredera de una línea bastarda de una de estas familias, es recibida con los brazos abiertos y hasta celebración a entrar en uno de estos círculos tan cerrados, ignorando algunas de las barreras sociales habituales, como la impureza de su sangre, el color de su piel, su educación foránea (americana frente a británicos, ni más ni menos).

La trama amorosa pretende conciliar una línea Jane Austen (con referencia directa dentro de la propia película) con una línea lindando la atracción morbosa y la masculinidad tóxica de Cincuenta Sombras de Grey. Todo esto con una trama de corte fantástico que el guionista va desarrollando de manera pausada y jugando con la insinuación hasta llegar a un clímax final cargado de referencialidad literaria.

NATURALEZA MUERTA

Tras la cámara se encuentra la cineasta Jessica M. Thompson, directora que, al contrario que Butler, carece de experiencia previa en el género. La apuesta por ella es arriesgada, pero no nos parece mal meditada. En sus títulos anteriores se había especializado en tramas de corte familiar, con especial peso en los personajes femeninos e historias de corte sentimental, rodadas con elegancia y exquisitez.

La Invitación es una película esteticista, con un uso preciosista de la fotografía, que sortea con elegancia tanto las líneas más grotescas de la historia, como las más almidonadas. La puesta en escena es de buen gusto y el trabajo con los actores más que correcto, sacando partido incluso de aquellos personajes de trazo más grueso (el mayordomo interpretado por Sean Pertwee, el primo Oliver interpretado por Hugh Skinner o la aristocrática Viktoria interpretada por Stephanie Corneliussen).

EL QUE NO DEBE SER NOMBRADO

La película bordea continuamente una referencia clara, un nombre que nunca se menciona, pero que es continuamente aludido a lo largo de todo el metraje. Desde el inicio de la película vamos tropezando con guiños, menciones, nombres de personajes que pudieran ser un homenaje de guionista o conllevar una intencionalidad más extendida, misterio que se resuelve en el tramo final. Si bien el componente fantástico está presente desde el principio y la película no engaña en cuanto a su vertiente sobrenatural, prefiere no explotarla y jugar con el espectador al gato y al ratón. En estos tiempos donde se busca desvelar todo al espectador lo antes posible no sea que se descuelgue de la película, esto también es de agradecer.

CADÁVER EXQUISITO

Como decíamos al principio, una película cargada de buenas intenciones, con aspiraciones de, dentro de sus claras limitaciones de presupuesto, ofrecer un producto bien facturado al espectador y que sortee con agilidad el terreno entre los clichés y la sorpresa.

Desgraciadamente, todas estas altas aspiraciones se quedan a mitad de camino. Pese a los esfuerzos de la directora, las limitaciones económicas acaban pesando y mucho en el resultado final. Lo que busca ser distinguido, no alcanza la singularidad ambicionada, pero, sobre todo, toda la frescura, la sorpresa y inteligencia de la que quiere presumir quedan socavadas por su rotunda y omnipresente previsibilidad.

La cinta fracasa en su propósito sorprender al espectador y su itinerario resulta evidente desde el mismo inicio de la trama. Se aprecian y agradecen las bondades antes relatadas, pero, por desgracia, no alcanzan su cometido y el espectador se ve recorriendo el confortable, pero vacuo camino de la previsibilidad.