Crítica: “LA TORRE OSCURA”. El efecto «BRÚJULA DORADA»

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Tras Harry Potter y Crepúsculo, el ansia de Hollywood por fabricar franquicias juveniles de éxito ha dejado ya más cadáveres por el camino que verdaderas obras de interés o que triunfen en taquilla. Los planes a largo plazo duran tanto como lo permita la taquilla. Por cada Harry Potter que llega a la gran pantalla hay tres o cuatro “Brújulas Doradas”, es decir, adaptaciones de sagas literarias de corte juvenil que no pasan de la primera entrega (o alguna que se ha quedado a las puertas de acabar, como Divergente).

Durante más de 30 años Stephen King fue forjando su propia saga literaria, con ocho novelas y la creación de un universo en el que además tenían cabida sus otras ficciones. La Torre Oscura no era una obra fácil de llevar a la gran pantalla, y los conflictos y los retrasos que ha tenido esta producción así lo atestiguan. ¿Qué ha hecho el estudio ante las dificultades?, tirar los libros a la basura e intentar sintetizar su propia franquicia a base de coser cliché tras cliché.

La Torre Oscura, la película, es una criatura de Frankenstein, un artificio construido a partir de materia muerta y que acaba revelándose como algo amorfo y terrible, un reflejo deforme de lo que pretendía ser.

El director Nikolaj Arcel no sobrepasa el umbral de la desidia y la impersonalidad; Idris Elba y Matthew McConaughey están totalmente desubicados en sus papeles, como si simplemente pasaran por allí, sin imbuirse para nada en la historia; y al joven Tom Taylor todo esto le viene demasiado grande.

Lo mejor de la película es que, frente a los otros blockbusters de este verano, su metraje se queda en unos modestos 95 minutos (¡menudo consuelo!).