Resulta intrigante que la productora Blumhouse se haya fijado en una serie clásica y de culto como La Isla de la Fantasía (Fantasy Island) para desarrollar uno de sus típicos productos de terror de modesto presupuesto. Es cierto que la serie original, liderada por Ricardo Montalbán, tenía algunos ingredientes fantásticos y se adentraba por terrenos un tanto inquietantes, pero de ahí a convertirla en una cinta de terror nos parece desnaturalizar la historia.
Del toque ligero y elegante de la versión de los 70 poco queda. Interesan más las imágenes escabrosas, aunque sin adentrarse en el torture porn de títulos como la saga Saw, con la que sí comparte esa idea de argumento moral en el que los protagonistas más que cumplir sus fantasías llegan a la isla para expiar pecados pasados.
Por otro lado, ese énfasis en los aspectos sobrenaturales de la isla y la descripción de ésta como un ente que decide el destino de los personajes recuerda a otro clásico catódico, esta vez más moderno, Perdidos. Ese pastiche de referencias convierte a la película en un producto simpático, pero insulso, donde salvo todoterrenos como Michael Peña o Maggie Q, el resto del reparto apenas logra aportar peso dramático a sus personajes.
Es una pena, porque con otro enfoque, un director más capaz y un poco más de presupuesto, este revisitación de La Isla de la Fantasía podría haber sido una espléndida película y no el producto rutinario que acaba siendo.