Después de dirigir dos thrillers ambientados en el mundo de la droga, el director ruso especializado en videoclips Oleg Stepchenko tuvo la oportunidad de rodar su primera gran producción, que España recibió el título de Transilvania, el Imperio Prohibido (2014). Tomando como punto de partida un relato de Nikolái Gógol, El Viyi, la cinta se presentaba como un pastiche entre humor, terror y aventuras ambientado en la Rusia cosaca del siglo XVIII, con una historia que combinaba ciencia y superstición. La cinta seguía las aventuras del cartógrafo británico Jonathan Green (Jason Flemyng), quien, en un intento de demostrar su valía y ganarse el respeto del padre de la mujer de la que está enamorado, recorre Europa para realizar un mapa detallado del continente.

Accidentalmente llega a un pequeño pueblo ruso marcado por la presencia de una bruja, El Viyi. Aparte de la presencia de Flemyng, la cinta contó con la participación, pequeña y poco afortunada, de Charles Dance como atractivo para el mercado internacional, aunque el grueso de su reparto estaba formado por actores rusos. Con un llamativo diseño de producción, un tono desprejuiciado que, al menos, nos permite tomarnos a guasa sus secuencias más delirantes y un abuso de los efectos digitales, no sólo a nivel de creación de criaturas fantásticas, sino sobre todo a la hora de ofrecer planos y movimientos de cámara recargados e imposibles, la cinta consigue sus mejores momentos en las escasas partes en las que mantiene cierta fidelidad con el texto de Gógol. Todo lo que concierne al supuesto protagonista carece de entidad y degrada las posibilidades del relato, aunque también es cierto que tampoco es que las partes más afortunadas de la película sean especialmente loables.

Acompañada por problemas de producción que se tradujeron a su vez en una pobre distribución internacional, a Stepchenko al menos la experiencia le sirvió como carta de presentación para poder levantar una segunda parte. Desde un principio, la idea era hacer una trilogía, sin embargo, los vericuetos de la coproducción hicieron que la secuela se apartara notablemente de la primera entrega.

Si Transilvania, el Imperio Prohibido contaba con producción de Rusia, Ucrania y la República Checa, El Misterio del Dragón se ha producido entre Rusia, China y Estados Unidos. En esta ocasión, las aventuras de nuestro cartógrafo Jonathan Green le llevan hasta China, donde se encontrará con la leyenda del Rey de los Dragones, protector del pueblo chino, pero abducido por una bruja que lo utiliza para sus propios intereses. Lo cierto es que esta película nunca hubiese visto la luz sin el dinero chino y la entrada de Jackie Chan en la producción. Es por esto que más que una secuela de Transilvania, el Imperio Prohibido se convierte en una más de las cintas de artes marciales y mitología que nos llegan desde China.

La parte dedicada a Jonathan Green es aquí prácticamente testimonial y la película sólo levanta cabeza cuando la parte puramente china toma el control. Se aprecia un contraste rotundo entre las partes rodadas por Stepchenko, que mantienen ese componente excesivo e infantil de la primera parte, y las rodadas por el Jackie Chan Stunt Team, con dirección de acción de He Jun. Mientras que lo primero es abigarrado y atropellado, lo segundo gana en esteticismo y plasticidad.

Como en la anterior, aquí tenemos reparto internacional que actúa como reclamo para el público. A parte del regreso de Flemyng, una nueva aparición testimonial de Charles Dance o la vista y no vista aparición de Rutger Hauer, lo verdaderamente llamativo es el reencuentro en pantalla de Jackie Chan con Arnold Schwarzenegger tras La Vuelta al Mundo en 80 Días.

Ninguno de los dos aporta nada significativo a la trama, su enfrentamiento está resuelto con dobles y el espectador, si acaso, podrá sacar algún chascarrillo medio decente del cara a cara de los dos titanes del cine de acción; sin embargo, no se puede negar que son el único gancho para conseguir atraer público a este desvarío. Sin el apoyo, aunque fuera demasiado libre, del texto de Gógol, aquí el argumento no tiene pies ni cabeza.

La película avanza como si no hubiese nadie al volante y si en algún momento puede resultar divertida es por el auténtico dislate que supone un guion repleto de sinsentidos y absurdos (como por ejemplo que británicos, rusos y chinos hablen todos el mismo idioma).

Ante una tronada así, no queda más remedio que dejarse llevar por la corriente e intentar quedarse con los aspectos más positivos, que básicamente son las secuencias de acción que se van sucediendo una vez los protagonistas llegan al poblado chino. El resto, en esencia, es un insulto a la inteligencia del espectador.