Arrancar los 90 con una adaptación del relato de Philip K. Dick Podemos recordarlo por usted al por mayor suponía una declaración de intenciones. ¿Sería capaz Desafío Total de marcar cultural y estéticamente la nueva década como el Blade Runner de Ridley Scott, también basada en un relato de Dick?
Convertida en su momento en la segunda película más cara de la historia (superada por poco margen por Rambo III), la cinta tenía los elementos necesarios para servir de bisagra con los 80, convirtiéndose en el canto del cisne de una forma de hacer cine que se extinguía.
Su violencia explícita iría menguando en producciones posteriores para acceder a un público más joven. Sus efectos especiales, el uso de maquetas y miniaturas, el maquillaje y los prostéticos prácticos creados por Rob Bottin sublimaron todo un arte que quedarían en desuso tan sólo un año más tarde con el estreno de Terminator 2. El Juicio Final y la llegada de los efectos digitales. El reestreno de la película 30 años más tarde nos llena de nostalgia. Es cierto que se trata de un modelo de cine que ya no se usa.
Su estética noventera, sus concesiones a elementos humorísticos y latiguillos que no parecen venir a cuento (los famosos “arnoldismos”) pueden parecer pasados de moda, pero lo cierto es que la cinta de Paul Verhoeven se mantiene como un gran entretenimiento, con un ritmo infalible, una total falta de prejuicios a la hora de escenificar las situaciones más absurdas sin rubor, una grandiosa partitura musical de Jerry Goldsmith y una envidiable complicidad con el espectador. La remasterización hace que la imagen luzca como nueva y, será por la edad, pero reestrenos como éste a algunos nos recuerdan cuándo nos enamoramos del cine.