Mucho hablar de las princesas Disney, pero lo cierto es que los auténticos personajes
carismáticos y destacables de la factoría están en el bando de los villanos. Ya Woody
Allen nos lo dejó claro en Annie Hall cuando confesó sus debilidad por la Madrastra
de Blancanieves. Y de todo ese catálogo, eminentemente femenino, Cruella De Vil es la
diva entre las divas, auténtica robaescenas en 101 Dálmatas y verdadera estrella en
las adaptaciones en imagen real protagonizadas por Glenn Close. Es por esto que no es de extrañar que hayan optado por este personaje para su propio spin off/ precuela.

Puestos a buscar semejanzas, encontramos en la película una especie de cruce entre
El Diablo Viste de Prada y Joker, todo imbuido por una estética que rinde homenaje al glam rock de los 70, en toda su ambivalencia (social, sexual). Hay quien ha criticado a la película por ser demasiado oscura para ser un producto Disney, tanto por algunos giros argumentales como por el propio tono de la narración. Si repasamos los clásicos del estudio, podemos llegar a la conclusión de que quizás las que son poco Disney son sus películas más recientes.

Cruella recupera una cierta tendencia a la crueldad y la tragedia que hemos asumido resulta inadecuada para el público infantil actual. ¡Paparruchas! La película es un divertimento no carente de provocación, un canto a la villanía, que no necesita edulcorar a su protagonista, como sí hiciera el estudio con Maléfica.

Craig Gillespie dirige Cruella

En esto está el espléndido pulso con el que narra la historia Craig Gillespie, quien ya en
Yo, Tonya nos habló de la maternidad tóxica, y, especialmente, la espléndida labor
de Emma Stone, que se hace con el personaje, lo lleva a su terreno y lo hace crecer sin
que pierda un ápice de carisma.

Como antagonista, Emma Thomson también hace una creación espléndida, con un personaje que perfectamente podía haber caído en la mera caricatura grotesca, pero que la actriz sabe llevar un paso más allá. Lo mismo podemos decir de los dos esbirros de Cruella, aquí dotados de una mayor dimensión e interpretados por dos espléndidos actores, Joel Fry y Paul Walter Hauser, con nota especial para éste último como secundario cómico.

Todo el diseño de artístico de ese Londres de los años 70, violentamente interrumpido
por la erupción del glam y el punk, sirve de trasfondo a esta historia de traspaso
generacional, pero el premio gordo es para el diseño de vestuario, absolutamente
sublime y demencial. Hay en la película también un tono muy musical, no sólo con la
espléndida partitura de Nicholas Britell, sino por la extensa selección de canciones de
la época, que sirven para situar temporalmente la película, pero que también
complementan la narración con sus temáticas y su ritmo.

No podemos decir que Cruella sea una obra original (sus referentes pesan mucho
sobre el resultado final), también puede resultar un tanto errática en algunos tramos
de su argumento y dentro de su fantástico reparto fastidia que no se le haya sacado
más partido al siempre elegante Mark Strong; sin embargo, nos parece una película
con mucha personalidad, una divertida puesta al día de un personaje fundamental
dentro de la historia de la Disney, y, si al final se cumple, un estimulante punto de
partida para una nueva franquicia cinematográfica.