En la mitología clásica, el regalo de Prometeo del fuego a los humanos iba más allá de las meras propiedades ignífugas y de combustión, hacía también referencia al don de la creación y la evolución. El fuego en nuestra civilización también es sinónimo de creatividad, pasión y progreso. No podemos negar que, con su saga de Avatar, James Cameron se lanzó en 2005 a un proyecto que requería un amplio desarrollo tecnológico para salir adelante. Nada nuevo en el cine de este director, que con cada película suya ha desafiado los límites técnicos del sector audiovisual, creando patentes que, en muchas ocasiones, han trascendido más allá de lo meramente cinematográfico.
La revolución azul
El estreno de la primera película en 2009 supuso toda una revolución a diferentes niveles, no sólo en la creación de imágenes digitales (aspecto en el que ya había sido pionero con Abyss y Terminator 2), sino también en remodelar el formato estereoscópico clásico y volver a ponerlo de moda en las salas de cine. El circuito comercial tuvo que actualizar todos sus proyectores, dándole la puntilla final al celuloide y obligando a una inversión importante para poder contar con la película en sus establecimientos.
Avatar. El Sentido del Agua no llegó inmediatamente, pese al éxito de la primera entrega. Cameron tardó 13 años en estrenar la segunda parte, apostando por un mayor desarrollo de la imagen, sobre todo porque se trataba de una película más luminosa y con componente líquido, ambos elementos más sensibles a la hora de trabajarlo en un entorno digital. La segunda película hizo un mayor esfuerzo en el valor narrativo del sistema 3D, ofreciendo una narrativa más inmersiva en la parte submarina.
Los cimientos de Pandora
Obviamente, todo esto a lo que nos referimos son aspectos técnicos. Hay en la saga todo un gran trabajo de desarrollo artístico para crear el ecosistema de Pandora, un aspecto intrínseco al discurso ecologista que Cameron buscaba hacer llegar a los espectadores. En este sentido, se invirtió un gran trabajo para conseguir no sólo que todo luciera de manera espectacular a los ojos del público, sino establecer las conexiones entre fauna y flora del planeta, a todos los niveles. En este sentido, el trabajo previo del cineasta que mejor podemos emparentar con todo lo que ha significado Avatar es Abyss.
Desgraciadamente, desde el principio los esfuerzos de Cameron han contado con un importante talón de Aquiles. En su propósito de crear su propia mitología, el cineasta ha acudido a esquemas narrativos muy básicos, empezando por el viaje del héroe, pero replicando ideas argumentales que nos retrotraen a referencias como Pocahontas, Bailando con Lobos o El Último Samurai. Debido a esto todo ese trabajo meticuloso de construcción de un ecosistema original queda lastrado por la falta de originalidad de la historia o lo bidimensional del desarrollo de personajes.
Fuego contenido
Avatar: Fuego y Ceniza hereda de sus dos antecesoras bondades y carencias. Una vez más, todo el apartado técnico es encomiable. El esfuerzo por parte del esquimo artístico y de efectos digitales para no sólo dar realismo al conjunto, sino reforzar la verosimilitud de la imagen y la capacidad de representar diferentes tribus y razas sin perder la idiosincrasia de cada una es asombroso. Es cierto que, al convertir esta tercera entrega en la más oscura de la (hasta ahora) trilogía, resta capacidad de apreciar la mejoría del CGI, en comparación con Avatar. El Sentido del Agua. También es cierto que entre la segunda y la tercera entrega tan sólo han pasado tres años, y no el intervalo de trece entre las dos primeras, por lo que el salto evolutivo no es tan grande.
Entre la repetición y el agotamiento
Con menor capacidad de asombro en lo técnico, esta tercera entrega se ve más afectada por las carencias argumentales. Es cierto que la película cuenta con varias set pieces realmente espectaculares y donde Cameron vuelve a demostrar el gran narrador visual que es, pero éstas resultan reformulaciones de algunas de las secuencias de acción de las dos películas previas, especialmente el gran clímax final. Y es que, si la saga ya arrastraba la sensación de historia ya contada, esta tercera entrega parece un remedo de las dos anteriores, repitiendo ideas y giros argumentales. La única novedad es la incorporación de la Tribu de la Ceniza, a priori el componente central de esta tercera entrega, pero que acaba reducida a un elemento secundario y hasta prescindible en la trama, por mucho que Varang sea el personaje más interesante de esta tercera entrega.
Los 197 minutos de metraje tampoco son una ayuda. La más larga de las tres entregas de la saga afronta peor su extensa longitud, sobre todo porque a lo largo de toda la película hay una constante sensación de repetición y de dilatar la duración de las escenas sin necesidad. Y aún así, aún queda la sensación de que la película final ha sido muy podada en la mesa de montaje, aligerando o directamente eliminando subtramas que podían haber sido útiles a la hora de entender mejor a ciertos personajes.
James Cameron y el futuro de la saga Avatar
James Cameron ha comentado que el destino de la franquicia dependerá del recorrido de esta tercera entrega. Si la taquilla responde, abordará nuevas películas de Avatar y, en caso contrario, dará por cerrado aquí su viaje a Pandora. Sinceramente, creemos que ha llegado el momento de que Cameron recupere su impronta anterior y apueste por proyectos originales que vuelvan a posicionarlo como uno de los grandes narradores audiovisuales de los últimos 50 años.











