Durante décadas el cine nos ha deleitado con la mitología entorno al espionaje, en su mayor parte de inspiración bondiana, pero con algunas propuestas que se alejan del modelo creado por Broccoli/ Saltzman para las aventuras de 007. La base literaria, ya sea Ian Fleming, Del Leighton, John LeCarré, Frederick Forsythe o Tom Clancy (por mencionar algunos), ha sido también fuente de iluminación, aunque después las versiones cinematográficas distorsionaran lo presentado en el papel. Tampoco hemos estado carentes de parodias, y es que el cine de espías puede llegar a ser tan hiperbólico e inverosímil, que lo ridículo está tan sólo unos pocos pasos más allá. La incorporación de los efectos digitales ha dado la posibilidad de trasgredir aún más los límites de lo real y llevar a los espías al terreno de los superheróico, mientras que espectacularidad y comedia han demostrado ser fuertes aliados en el género. En Argylle, Matthew Vaughn no puede evitar preparar un cóctel (agitado, no revuelto) con todo esto.

AL SERVICIO CINEMATOGRÁFICO DE SU MAJESTAD

Londinense de nacimiento, el cine de Matthew Vaughn nació en los bajos fondos. Productor de los primeros títulos de Guy Ritchie, su debut en la dirección fue también con una cinta acerca del crimen organizado británico, Layer Cake, probablemente decisiva para que Daniel Craig pasara a convertirse poco después en 007. De puesta en escena videoclipera (los montajes musicales en sus películas son sello de la casa), Vaughn no oculta tampoco su pasión por el cómic.

Stardust, aunque novela, venía firmada por Neil Gaiman, nombre fundamental del noveno arte en los 90. Kick Ass. Listo para Machacar fue su primer contacto con el guionista de comics Mark Millar, del que posteriormente adaptaría las tres entregas de Kingsman. Kickass fue también su puerta de entrada a X Men. Primera Generación. Argylle supone llevar mucho más a la hipérbole, a la parodia y al espectáculo desfasado las premisas de todos estos trabajos.

Aunque evidentemente James Bond está en la base de la parodia, con ese Henry Cavill tan solicitado por los fans como próximo 007 en el papel de un espía de ficción, a Vaughn no le interesa hacer aquí una película que emule a la saga. Ante el famoso intervencionismo de los Broccoli en la explotación de personaje en su franquicia, Vaughn ha preferido llevar al personaje a su terreno, como ya había hecho con Kingsman. En Argylle el director juega con la percepción, no sólo presentado una historia de ficción dentro de la ficción, sino generando una historia con giros de trama continuos, de manera que hay que ir liberando capa tras capa de muñecas rusas para poder desvelar los misterios de la historia. Las revelaciones por las que nos lleva la película son incesantes, quizás llegando a niveles excesivos y cargantes en un determinado momento. La película se sabe inverosímil por naturaleza, por lo que factibilidad de los hechos no son un requisito.

TRAS EL CORAZÓN VERDE

Como el papel que interpretara Kathleen Turner en 1984 en la película Tras el Corazón Verde, aquí la protagonista es una escritora de ficción aventurera y romantizada que, de repente, se ve envuelta en una trama perfectamente permeable con sus propias creaciones. A lo largo del metraje, Vaughn nos hace saltar por los dos niveles de la diégesis, y si bien, las aventuras del Agente Argylle son altamente exageradas, el cineasta no recurre a marcar una diferencia estética entre las dos capas de realidad o, al menos, ésta es muy reducida.

Sam Rockwell está lejos de competir físicamente con la contundencia de Henry Cavill, pero ambos personajes son capaces de efectuar el mismo tipo de despliegue de violencia, aunque uno acaba más machacado que el otro. Esto, aunque justificado dentro de la trama, viene también dado por el empeño de Vaughn de dotar a toda la película con su habitual estilo hiperacelerado, estilizado y surrealista, quizás aquí, además, empapado en anfetaminas. Para esto, la aventura recurre a un continuo empleo de efectos digitales, ya sea para dar verosimilitud al virtuosismo físico de los personajes, como para dar una plasticidad especial a los diferentes escenarios en los que se desarrolla la acción. Esto, en ocasiones, funciona en pantalla, pero, por lo general, la cinta no puede evitar lo evidente del cartón piedra digital.

MENTIRAS ARRIESGADAS

Ese juego de tres realidades, la cotidiana de la protagonista, el mundo de los espías y la ficción literaria, abre guiños a otro clásico moderno, Mentiras Arriesgadas, que van desde el baile inicial entre Argylle (Cavill) y Lagrange (Dua Lipa), imitando al tango entre Schwarzenegger y Tia Carrere, a la propia protagonista, que, también al igual que el personaje de Jamie Lee Curtis, se siente como pez fuera del agua cuando se ve envuelta en algo que, para ella, pertenecía a terreno de la imaginación.

Bryce Dallas Howard hace un excelente papel, especialmente cuando le toca hacer de insegura, pero encantadora vecina de al lado; Sam Rockwell repite su habitual personaje ente lunático y encantador; y Henry Cavill se ajusta (aunque no tan ajustado como su vestuario) al estereotipo monolítico, menos expresivo que Roger Moore. La cinta cuenta con un amplio reparto de secundarios (Bryan Cranston, Catherine O’Hara, Samuel L. Jackson, Sofia Boutella, Ariana DeBose, John Cena, Dua Lipa), algunos de ellos más haciendo un cameo que un personaje en sí, pero todos cumpliendo con el tono que requiere la película.

SOLO PARA SUS OJOS

Argylle perfectamente se ajusta al ejemplo de Kingsman. Es una película que representa a su autor en lo mejor y en lo peor. El resultado es una cinta dinámica, aunque con excesivo metraje, divertida, autoconsciente e irreverente. Ideal para un entretenimiento ligero, pero perfectamente olvidable al salir de la sala. Le podemos achacar que se pasa de frenada en muchas ocasiones, o que le falta la mala baba que Mark Millar aportaba a Kick Ass o Kingsman, pero aquellos que han disfrutado del cine anterior de Matthew Vaughn se van a encontrar en terreno seguro con Argylle.