Uno de los acontecimientos más emblemáticos del mundo del cine transcurre en la idílica costa azul. La edición 75 de un festival que con sus más y sus menos lleva a buen ritmo programando edición tras edición desde 1946, comienza con un cielo despejado en un día podría decirse de verano. Un sol que ya se percibe en plenitud desde antes de las 6 de la mañana, dispuesto a iluminar sin restricciones el bullicioso camino hacia La Croisette. Los habitantes de Cannes, y de lugares periféricos, están contentos de que este año sea una edición “sin pandemia”. Dispuestos, por tanto, a dejar atrás la extraña sensación del pasado año de 2021, de ser un festival en medio de una situación sanitaria mucho más complicada y adversa.
Desde mi emplazamiento en Avenida Lèrins veo nacer el paseo marítimo portuario, en la playa Roosevelt, al comienzo del Port Palm Beach. Playas de agua cristalina y arena dorada al pie mismo de la carretera, un puerto plagado de yates y demás embarcaciones de recreo atracadas, con algún crucero cuyos pasajeros tienen un pase de medio día para visitar la ciudad. Peatones que simplemente pasean, tratando de convivir con los ciclistas y patines, como en todas las grandes ciudades, se abren paso. Cafeterías, heladerías, ejecutivos, deportistas, personal de limpieza municipal… en todas partes parece transmitirse cierto optimismo e ilusión.
El majestuoso paseo marítimo que se erige imponente desde la entrada al puerto marítimo hasta la mismísima Croissette, con la île Sainte-Marguerite al frente, dan enseguida paso al mundo del cine: carpas, banderas enormes hileras de gentes haciendo cola, bien para obtener sus acreditaciones, o para ir accediendo a los interiores de las salas, periodistas de todas las lenguas y países hablan en sus respectivos idiomas ante sus cámaras delante del sensorround (como si fuese la mismísima Torre de Babel) narrando a sus televidentes las delicias del evento.
En el Palacio del Festival y de Congresos de Cannes, imponente, majestuoso, ondea el póster del festival con el motivo de este año a todo trapo, que puedes comprar a buen tamaño en la tienda oficial, como si fuese la bandera izada de una fragata. Jim Carrey en el filme de Peter Weir, El Show de Truman (The Truman Show, EEUU, 1998), en aquella arrebatadora secuencia final donde el bote del joven protagonista, tras superar la tormenta creada llega al final del plató del estudio que alberga el “show” sobre su vida.
Sube las escaleras que a lo lejos se confunden con el cielo y algunas nubes, y aporrea la puerta que conduce al mundo exterior, a punto de escuchar la última tentativa de Krystof (Ed Harris), el creador, el “Dios” que decide sobre su vida y destino, desde el nacimiento (de acuerdo con los índices de audiencia), para que el joven no abandone el estudio de Burbank hacia la incertidumbre de la vida cotidiana dejando atrás una vida narrada y grabada desde el nacimiento, minuto a minuto, concebida como un entretenimiento de masas.
Parece como si los organizadores del festival pidiesen a los “Dioses” que este año no hubiese ninguna controversia bacteriológica, ninguna adversidad para poder celebrar sin restricciones los acontecimientos cinematográficos que se avecinan. Las restricciones han cesado casi por completo, como en todas partes (salvo donde siguen la política de Covid cero) y simplemente se invita al lavado de manos con dispensadores de geles por todas partes, y la mascarilla es obligatoria en los transportes públicos. La voluntad de cada uno de cara a portar la mascarilla en cada momento, reina en esta emblemática celebración. El chófer que me traía del aeropuerto de Niza el 16 por la tarde-noche, me comentaba que este año sin pandemia el Festival iba a volver a ser el de siempre.
Gala de apertura
La gala de apertura es el pistoletazo de salida del festival. La primera tarde del festival se proyectaron las tres horas y cuarenta minutos del filme de Jean Eustache, La Madre y la Puta (La Maman et La Putain, Francia, 1973), en la Sala Debussy.
Pero la glamurosa gran proyección del día, tuvo lugar después de la Gala de apertura. El más reciente filme de Michael Hazanavicius: Coupez! (Final Cut, Francia, 2022), el remake del filme japonés de temática zombie, One Cut of The Dead (Japón, 2017), de Shin’ichirô Ueda, donde un rodaje de un filme sobre muertos vivientes se ve interrumpido por una horda zombies real.
Proyecciones en la playa
Las proyecciones en la playa comenzaron también el 17 con el filme de Peter Weir protagonizado por un maravilloso Jim Carrey. Weir es sin duda un minucioso analista del ser humano y de la técnica cinematográfica. Un cineasta preocupado porque las imágenes narren más que las palabras, por el empleo de la música como motor de ideas y sugerencias, y por contar historias que narran profundos dilemas que sacuden la existencia del ser humano. En definitiva, es el artífice de unas imágenes plagadas de personajes desubicados, que tratan de encontrar su lugar en un mundo cada vez más complejo.
Probablemente del mismo modo que le ocurre como realizador en estos últimos años de cambio e incertidumbre. Tan solo 14 películas albergan una filmografía fascinante e insólita, cuyo único eslabón, por el momento es Camino a la Libertad (The Way Back, EEUU, 2010). El Show de Truman pudo verse la noche de pistoletazo de salida del Festival de cine más famoso del mundo en un marco incomparable.
A la presentación por parte del director del Festival, Thierry Fremaux, remarcando la idea de que el cine en la playa sea una manera de conectar con el público del Festival, siguió el pase del filme, que cautivó a la audiencia sentada en tumbonas ante la estupenda pantalla ubicada en la costa. La ola de aplausos cuando Truman decide salir del estudio y despedirse del público haciendo inútiles los esfuerzos del creador del programa, es sin duda digna de mención, por como recorrió, como si de sonido sensorround se tratase, la ubicación del público de atrás hacia adelante.