Género: Aventura | Drama
País: EEUU | China | Taiwan
Año: 2012
Duración: 127 mins.
Fecha de estreno en Estados Unidos: 21 de Noviembre de 2012
Fecha de estreno en España30 de Noviembre de 2012
Web: www.lifeofpimovie.com

Dirección – Ang Lee | Guión – David Magee (basado en la novela de Yann Martel) | Producción – Ang Lee, Gil Netter | Montaje – Tim Squyres | Fotografía– Claudio Miranda | Música– Mychael Danna
Reparto: Suraj Sharma (Pi Patel), Irrfan Khan (Pi Patel adulto), Rafe Spall (Escritor), Gérard Depardieu (Cocinero)

Cristalino. Claro como el agua. Sentada en mi butaca, preparada para ver por segunda vez La vida de Pi, observé cómo entraba en la sala una abuelita acompañada de su nieto (de no más de cinco años), entonces pensé: «Señora, La vida de Pi no es una película para su nietecín…». Y es que, efectivamente, no sé si habrá sido el cartel, el tráiler, o ambas cosas, pero la cuestión es que la última de Ang Lee, no es que no sea indicada para todos los públicos, es que tampoco lo es para todas las cabezas.

Pero vayamos por partes, como dijo Jack, y no precisamente Sparrow.

La vida de Pi nos da la bienvenida a través de unos títulos de crédito bastante entretenidos y originales, y, lentamente, muy lentamente, nos contará lo que su propio título indica; la vida de un individuo llamado ridículamente Piscine Molitor Patel, un niño hindú muy curioso y espiritual. Su infancia transcurre en India, en la parte francesa de ésta, en el zoológico que dirigen sus padres. Sus primeros años tienen lugar allá donde todo es calma y bienestar. Donde todo es luz y color, y un constante ir y venir inmerso en la naturaleza y en la vida animal. Pero esto, y lo que viene después, la historia de cómo pasa forzosamente de ser un niño a un hombre, lo cuenta su yo actual. Su yo adulto. Y es que el Pi de nuestros días está siendo entrevistado por un escritor canadiense que, llevado por la curiosidad, irrumpe en su vida dispuesto a escuchar su historia para plasmarla después en forma de novela. Y de paso, que Pi le haga creer en Dios (ahí es nada).

La vida de Pi narra, a través de imágenes siempre relajantes y realmente bellas, cómo sus padres llegaron a tomar la decisión de ponerle un nombre tan absurdo; el de una piscina. Pero dicen que nada pasa porque sí, y tal vez por cargar con un nombre como ese, Piscine Molitor, inteligente y vivo, tira de su fortaleza y termina buscándose la vida haciendo de ese inconveniente una ventaja, convirtiéndose de paso en la leyenda del colegio. Primer momento memorable del film. Y primera muestra de que Pi no es como los demás. A partir de ahí, iremos comprobando a través de sus ojos y pensamientos, de sus preguntas capciosas y alguna que otra pequeñísima aventura, cómo siente una desmesurada curiosidad por las religiones, y no solo por la hindú, que es la que mama en sus primeros años de vida, sino también por la católica y más tarde por la musulmana. Pero no nos confundamos, este asunto de las religiones es tratado con misticismo, respeto, pero también con algún que otro chiste. Y resulta tan natural que uno termina compartiéndolo. Cierto, con esa frase de buenas noches; «Gracias, Vishnu, por haber querido presentarme a Cristo», Pi lo resume todo. ¿Por qué conformarnos con lo que nos inculcan? ¿Por qué no aprender de todo lo que nos aporte algo positivo? ¿Aquello que, de algún modo, nos ayude a crecer?

Pero Pi llega finalmente a la pubertad. Contando ya diecisiete primaveras, y dada la situación política que está viviendo India, es cuando sus padres deciden dejar el zoológico y viajar a Canadá para poder vender los animales a buen precio. A bordo de un buque japonés, atravesando el Océano Pacífico, tiene lugar la desgracia: el barco se hunde y solo queda un superviviente humano; Pi. Tras varias barrabasadas, también queda únicamente un superviviente animal. El que todos estábamos esperando; el famoso tigre Richard Parker.

Y bien, hasta aquí unos cuarenta y cinco minutos aproximadamente de metraje. ¿Y entonces? Pues que aún no ha empezado esa apasionante aventura que nos prometían, y yo ya he oído el primer ronquido. Ave María purísima…

A partir de este momento, es cuando debería empezar todo ese mogollón que esperamos. Y no es que no lo haga, pero es cierto que no lo hace como nos lo han querido vender (o lo hemos entendido uniendo engañosos cabos). Y es que La vida de Pi, más que una fantasía en el océano, es una historia sobre la fe. A través de una fotografía impresionante, tal y como ya se ve en el tráiler, efectivamente viviremos las mismas peripecias, el mismo sufrimiento y todas las necesidades que el pobre niño vive. Desde el minuto cero de su nueva vida a bordo de un bote salvavidas, acompañado al principio por varios especímenes animales y finalmente por el impresionante Richard Parker, sentiremos la desesperación de un adolescente que ha de sobrevivir forzosamente a un naufragio. Un chavalito indio que pasa de una vida de ensoñación, a un infierno en pleno océano. Compartiremos pues su soledad, su pérdida, tal vez incluso su culpabilidad por haber sobrevivido. Pero lo que más nos gustará, sin lugar a dudas, sin esfuerzos y sin pensar, es poder disfrutar de aquello por lo que todos hemos mordido el anzuelo; vivir el día a día a bordo de un bote acompañado únicamente por un gigantesco y fiero tigre. Y qué gigantesco y fiero tigre, una auténtica maravilla digital que, aquellos amantes de los felinos, coincidirán conmigo en que tanto en movimientos como en comportamiento (incluido algún pequeño detalle), es calcado a nuestras pequeñas mascotas de uñas afiladas.

Pero, insisto, La vida de Pi es una película que trata básica y fundamentalmente sobre la fe, o incluso sobre la pérdida de la inocencia, como el propio Ang Lee admite. Es una aventura sobre la superación personal, en la que las dos caras de un ser humano, dependiendo del momento psicológico y de las circunstancias circundantes (se nos brindan momentos maravillosos de peces luminiscentes, apariciones de delfines, o preciosos reflejos en el agua, aunque en el lado negativo viviremos el “inocente” ataque de peces voladores, devastadoras tormentas y la fiereza del tigre, eso que no falte), habrán de ir saliendo y tomar el control. El propio Pi lo admite: «Uno no conoce la intensidad de su fe hasta que la pone a prueba». Y esto es La vida de Pi, de cómo se enfrenta a la naturaleza, a su propia soledad, sin perder por ello ni la cordura ni la fe, puesto que es capaz de adornarlo todo como si de un cuento se tratase; haciéndolo coincidir, dentro de las circunstancias, con su espiritualidad y filosofía. Como curiosidad, la primera vez que se ve obligado a matar un pez, un muchacho que hasta el momento había sido vegetariano, le pide perdón al pez y le da las gracias a Vishnu por haber tomado esa forma para ayudarlo. Qué gran momento… pero tal vez solo para aquellos que, sin ser del todo espirituales, nos dejamos llevar por lo que Ang Lee quiere mostrarnos.

Y es que esto es así, para los que vayan preparados para ver una aventura de tomo y lomo, de esas que te dejan sin aliento, a pesar de que como es lógico no dejan de ocurrir cosas, para este perfil de espectador, ya os adelanto que esto no da mucho más de sí, y es posible que incluso en algún momento se aburra. La película de Ang Lee, basada en el libro del autor Yann Martel (2001), quien parece que plagió en parte el libro del autor brasileño Moacyr Scliar, Max e os felinos (1981), donde en esta ocasión el superviviente comparte barco con un jaguar, es una obra casi filosófica que, básicamente, trata sobre cómo contar historias. Y esto es lo que Ang Lee quería. Ni más ni menos. Contar un precioso y visual relato con un gran peso espiritual. ¿Que nos lo han vendido de otro modo? Totalmente de acuerdo. Pero también es cierto que es una auténtica maravilla, de principio a fin, si vas sabiendo qué te vas a encontrar, claro está.

En cuanto a la actuación de Suraj Sharma, con diecisiete añitos también, no solo es espectacular, sino también ejemplar. Según palabras del mismo Ange Lee, este estudiante de arquitectura no tenía ni idea de actuar, pero él lo vio muy clarito: durante el casting, el día que leyó su monólogo, cuando terminó, Ang Lee estaba llorando. Y sin agredirlo, que no hizo falta. Además, cuando lo escogieron, el muchacho nunca había visto el océano y no sabía nadar (cualquiera lo diría). Pues bien, tuvo que aprender y lo hizo en unos escasos tres meses. A saco Paco… Un auténtico primor, la criatura. ¿Y esto para qué? Para que luego no tenga ni una mísera candidatura. En total, once nominaciones a los Óscar para La vida de Pi (bien merecidos, no cabe duda), y ninguna para Suraj Sharma. Qué injusta es La vida de Suraj Sharma

Para concluir, dos advertencias: si vais dispuestos a compartir con Pi su niñez y los doscientos veintisiete días de supervivencia, ojito con las súper bebidas para aquellos que no tengáis una vejiga desmesurada. Lo barato sale caro… En segundo lugar: queridas yayas, no acudáis con vuestros nietos a ver películas de este orden. Hay muchachos que se portan de maravilla, como fue el caso de nuestro infante, pero por Vishnu que los reposabrazos terminan rebabeados, y no es plan.