Crítica: ‘LA FORMA DEL AGUA’

3295

Ya lo decía Bruce Lee: “Si pones agua en una botella se convierte en la botella. Si la pones en una tetera se convierte en la tetera. El agua puede fluir o puede chocar. Sé agua, amigo mío”.

Para Guillermo del Toro, el amor es como el agua. Se adapta a cualquier forma y de ahí su fuerza y su permanencia. Con La Forma del Agua, el cineasta mexicano nos ha presentado una película de Amor, con múltiples facetas. Ante todo es la historia de amor de Elisa y la criatura anfibia, pero también es una historia de amor hacia “los otros”, los marginados de la sociedad (latinos, negros, homosexuales) que ayudaron desde las sombras a construir el sueño americano, y una historia de amor al cine, con un tono de serie B propio de los años 50, guiños al terror clásico (especialmente La Mujer y el Monstruo) y al musical. Todo ello vestido con la fastuosa plasticidad del imaginario de Guillermo del Toro.

Sally Hawkins nos ofrece una interpretación magistral, repleta de matices, pequeñas lecturas y una irreverencia y sentido de la libertad revolucionario en la época en la que está ambientada la película, pero también en este 2018 tan polémico a la hora de reflexionar acerca de la brecha social entre hombres y mujeres.

A Hawkins la acompañan un conjunto de actores también ejemplar (Michael Shannon, Richard Jenkins, Olivia Spencer). Habrá quien reproche a la cinta lo previsible de su desarrollo; para otros, esto es un elemento necesario de la propuesta nostálgica que nos hace el cineasta. Todo funciona en base a unas claves que el espectador identifica y que le convierten en cómplice de los protagonistas.

Así que no lo duden, déjense enamorar y sean agua, amigos míos.