El desarrollo de una serie centrada en los famosos Teen Titans de DC Comics, me sugirió de inicio no pocas dudas, cuando además se anunció como primera producción propia de una nueva plataforma de escaso contenido las dudas se transformaron en temor. Cuando se publicó el primer tráiler de Titanes, el excesivo protagonismo de la música acrecentó mi desgana. Pero, he de reconocer que cuando se estrenó finalmente en España de la mano de Netflix, todo ello quedó como simple anécdota, al tratarse de un show que respeta el espíritu de su referente en las viñetas para actualizarlo con un toque más maduro y sumo cariño hacia los personajes.
Hablar de los Titanes de Marv Wolfman y George Pérez a modo de breve introducción es hablar de una de las colecciones más importantes del comic-book de los años 80, amén de la serie que catapultaría a sus autores como aquellos que habrían de hacerse cargo de Crisis en Tierras infinitas. Ambos habían trabajado juntos en Los Cuatro Fantásticos para Marvel y, por separado habían dado sobradas muestras de su habilidad. Sin embargo, su labor en el relanzamiento de los Titanes es considerada por muchos su trabajo más importante en una colección regular. Entre los dos, consiguieron que una idea que había empezado como la versión adolescente de la Liga de la Justicia pasara a convertirse en una franquicia independiente que aún hoy sigue dando guerra, aunque sin alcanzar el nivel obtenido en la etapa de los citados autores.
Titanes, la serie, es un producto hecho sin miedo a no encandilar a las complicadas audiencias teen de The CW, algo hasta ahora poco frecuente en las adaptaciones de DC para la pequeña pantalla.
Para explicar el tono de la serie, diré que Titanes se acerca más a la oscuridad de las pelis del DCEU (DC Extended Universe) con Zack Snyder (Man of Steel y Batman v Superman: Dawn of Justice), que a propuestas posteriores como Justice League, Aquaman o Shazam.
Si nos limitamos al universo televisivo, Titanes se parece más al universo de The Defenders de Marvel que al de las series de DC en CW. Aunque no lo sea, parece una serie del universo DC creada por Netflix.
Aunque la temporada se centra más en el desarrollo de la trama que en el de todos los personajes, lógico por otra parte pensando en temporadas sucesivas, son Dick Grayson (Robin original) y Rachel (Raven) los que tienen un mayor desarrollo.
Teniendo a Robin como el personaje más conocido para el público general, era un peligro que la sombra de Batman estuviera siempre presente. Quizás se pensó en el riesgo de que el espectador considerara que éste es un grupo de personajes de segunda fila, que dependería de que Bruce Wayne apareciera en algún momento. Y no ha sido así. Robin, Dick Grayson, es de lo mejor que he visto en la televisión en el universo superheroico de DC y desde luego la mejor representación de este personaje hasta el momento. La serie nos presenta a un Robin despiadado, frustrado y desquiciado. La sociedad lo ve como un peligro, e incluso se usa en numerosas ocasiones la palabra «sociópata». La relación que tiene con Batman / Bruce Wayne omnipresente en todo momento, le atormenta, sumiéndolo en una crisis de identidad que persiste incluso en la temporada 2. Al no tratarse de un personaje tan emblemático y encorsetado como Batman, la ficción de DC es valiente. No tiene miedo de probar, de aventurarse a explorar, desarrollar el personaje y lo hace de forma brillante.
Aunque me atrae la violencia en la ficción, resulta muy atractiva la propuesta descarada de este Robin al que le vence la ira, con la cara salpicada de sangre después de atacar como un psicópata a los malhechores.
Rachel (Raven) tiene el personaje con más desarrollo después del de Dick. Es el que genera más intriga desde el principio y es el motor de la trama de la primera temporada; lo que une al equipo. El misterio de su origen (para los que no conocemos la historia) y su lucha por controlar su lado oscuro mantienen el interés.
Si bien existe un déficit de presupuesto, pues el CGI canta en ocasiones, han sabido disimularlo con acierto al utilizar la noche como camuflaje y estar la mayor parte de los personajes conociendo sus habilidades, sin haber demostrado aún hasta dónde pueden ir con sus talentos; carencia que, no obstante, se subsana en buena parte en la segunda temporada.
El ritmo en cada episodio es uno de sus mejores aciertos, sin contar una o dos excepciones, hace que los 40-50 minutos que duran se pasen volando.
Otro de los aspectos más destacados son las escenas de acción. Están muy bien filmadas, eligiendo casi siempre los mejores planos. Han sabido captar a las mil maravillas cómo debe pelear un justiciero. Se nota el trabajo detrás del apartado técnico y es de agradecer que, visualmente, la serie sea una gozada absoluta.
La serie cuenta con Greg Berlanti como showrunner, director de la encantadora Love, Simon, que se ha convertido, de un tiempo a esta parte, en uno de los productores televisivos más prolíficos y exitosos.
Su especialidad, la adaptación, en formato teleserie, de historias protagonizadas por distintos personajes procedentes de los cómics de la factoría DC. Suyas son series como The Flash, Arrow o Supergirl para CW.
Además de Berlanti, una de las bazas de esta ficción de DC es la presencia, en labores de producción y guion, de Akiva Goldsman, Oscar en la categoría de mejor guion adaptado por Una mente maravillosa (A Beautiful Mind), largometraje a mayor gloria de su pareja protagonista: Russell Crowe y Jennifer Connelly.
Desde luego y, sin ninguna duda, estamos ante la mejor ficción de DC para la pequeña pantalla hasta el momento, excepto quizás las primeras temporadas de Arrow.
“Bruce llenó tu vacío de la única forma que sabía: con rabia y violencia. Wonder Woman fue creada para proteger a los inocentes; Batman fue creado para castigar a los culpables. Pero nosotros no somos ellos”.
-Donna a Dick (1×08).