En 2013, Expediente Warren. The Conjuring asentó la posición de James Wan como una voz autorizada dentro del género de terror, con una visión revisionista del tono y la narrativa propios de la década de los 70. A partir de ahí, la cinta ha originado una secuela directa que mantuvo el tipo, dos (desastrosos) spin offs de la muñeca Annabelle y, ahora, otro spin off con La Monja.

En esta ocasión, el cineasta escogido ha sido Corin Hardy, cuyos cortos y videos musicales ya exhibían un gusto por ambientes malsanos y de inspiración gótica.

En este sentido, la elección del director nos ha parecido válida. No tiene el virtuosismo narrativo de Wan, pero hay que reconocer que la estética de la película está bien trabajada.

En lo que se requiere a la creación de la atmósfera, hay que destacar la labor del director de fotografía Maxime Alexandre, en su caso sí bastante experimentado y con aportaciones anteriores muy destacadas en el género. La forma en la que Alexandre trabaja la oscuridad en un convento donde prácticamente los únicos puntos de luz son velas hacen que la labor de iluminación nos haya resultado uno de los aspectos más interesantes de la película.

El reparto está muy bien equilibrado, con especial mención a Taissa Farmiga y Damián Bichir, a pesar de que, sobre todo este último, cuenten con personajes muy desaprovechados.

En general, la historia se presenta con corrección y el resultado final resulta inquietante y aterrador. En este sentido, aquellos que acudan a la sala en busca de una cinta que les haga pasar un mal rato, verán sus deseos cumplidos. Eso sí, La Monja no resulta una obra especialmente original, ni sale bien parada de una comparativa con el Expediente Warren original.

Cartel de 'La Monja', de Corin Hardy.
Cartel de ‘La Monja’, de Corin Hardy.