Hay quien dice que cuando Stephen King se ha salido del género de terror es cuando ha escrito sus mejores obras y que las mejores adaptaciones del escritor de Maine al cine pertenecen a este grupo. Bueno, en nuestra opinión, esto habría que cogerlo con pinzas; sin embargo, sí es cierto que hay en la obra del maestro del terror una sensibilidad, un sentido de la espiritualidad y de la vida, también presente en sus relatos de terror, que quizás en el cuerpo principal de su obra quedan eclipsados por sus gustos más malsanos.
MÁS ALLÁ DEL TERROR
La Vida de Chuck es una de las cuatro novelas cortas que conforman el tomo antológico La Sangre Manda, publicado en 2020. Efectivamente, se trata de una de esas obras donde Stephen King, sin abandonar el terreno de lo fantástico, prescinde del componente aterrador para hacer una honda reflexión sobre la esencia de la vida y del ser humano. El amor de Mike Flanagan por la obra de King ya había quedado patente en las adaptaciones de El Sueño de Gerald y Doctor Sueño, y también había influido en otras obras del cineasta como Misa de Medianoche (básicamente, una revisión muy libre de El Misterio de Salem’s Lot).
Flanagan es también un cineasta que ha estado amparado toda su filmografía en el terror, siendo ésta la primera vez que se sale del género. El reto no era sencillo, frente a otros títulos de King, La Vida de Chuck se aleja de una estructura cinematográfica, apostando por una narración en tres actos discontinuos y casi autónomos; sin embargo, el cineasta ya había confesado su afinidad con este relato.

CONTENGO MULTITUDES
Decía Stephen King que, para ser un buen escritor, primero hay que ser un gran lector. La pasión de King por los libros (al igual que por la música o el cine) ha sido permeable en toda su producción, donde siempre aprovecha para hacer referencia a la obra de otros autores; sin embargo, es en La Vida de Chuck donde ha conseguido que este guiño literario se convierta en la esencia del relato. La referencia a Canto a Mi Mismo de Walt Whitman le sirve al escritor de Maine para hablar de las múltiples ramificaciones que conforman una vida, y que atañen no sólo a los acontecimientos más inmediatos, sino que incluyen todo aquello con lo que en algún momento nos hemos cruzado y que ha captado nuestra atención. José Ortega y Gasset lo expresó de otra manera, “yo soy yo y mis circunstancias”; y Frank Capra también lo ilustró en aquel viaje de George Bailey de su vida sin él en ¡Qué Bello Es Vivir!.
INMENSO
Mike Flanagan ha recogido este testigo de manera fiel al texto, restando lo mínimo, pero potenciando también algunos elementos que han ayudado a subrayar la cita de Whitman. Es cierto que, en su versión cinematográfica, la trama fluye un poco más con respecto a la estructura por bloques del relato de King; sin embargo, ha evitado la tentación de hacer una reconstrucción lineal de la trama (quizás la opción más segura a priori) y ha mantenido esa idea esencial de pequeños apuntes de una vida. Aunque hay un elemento sobrenatural, que aporta una lectura aún más vitalista del relato, lo cierto es que tanto novela como película se crecen más en su lectura cotidiana que en su valor fantástico. La belleza de la historia de Chuck no está en lo que pueda esconder un ático, sino en la conjunción de felicidad y tristeza que nos aportan aquellos que nos acompañan en el camino. En este sentido, La Vida de Chuck es una historia espiritual y vitalista, que nos lleva a la reflexión y a evaluar aquello que es realmente valioso en nuestras vidas (único e intransferible en cada uno).
LA VIDA ES BAILAR
Resulta llamativo que, sin ser un musical, la esencia de la historia reside en dos secuencias de baile, de la misma manera que los grandes momentos traumáticos de la historia suceden, en su mayor parte, fuera de plano. Esto no es, en absoluto, un intento de edulcorar la trama y quitarle dramatismo. Todo lo contrario. La esencia del drama permanece, pero desde una mirada melancólica y nostálgica, no trágica, y, sobre todo, con ese discurso de afrontar los traumas con positividad y esperanza. El dolor, el miedo, la incertidumbre nos acompañan, pero cómo los afrontemos será lo que defina nuestra vida. Tres apuntes de una vida (39 maravillosos años. ¡Gracias, Chuck!), pueden no ser un buen resumen de la misma, pero la película revela que nuestro tiempo puede no ser relevante en la inmensidad del universo, pero siempre deja una huella.
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El reparto resulta milagroso, no sólo actores relevantes en la industria actual como Tom Hiddlestone, Chiwetel Ejiofor, Karen Gillan; sino también por la apuesta de veteranos como Mark Hammill, Mia Sara (¡maravillosa!), Carl Lumbly o Heather Langenkamp; o el descubrimiento de nuevos rostros como Benjamin Pajak, y la presencia de la troupe habitual de Flanagan, sus propias multitudes (Kate Siegel, Rahul Kohli, Annalise Basso, y hasta la voz de Carla Gugino).
Con La Vida de Chuck, Flanagan ha firmado su mejor película, una cinta sincera, optimista, de bellísima factura y necesario mensaje. El resultado no sólo es una de las mejores películas de este 2025, sino un título que, esperamos, tenga trascendencia y deje su huella en tiempo.











