Si quisiera hacer un resumen rápido de una historia como la que protagoniza Matvey, éste diría lo siguiente: ésta es la historia de un pelele que decidió hacerle caso a su manipuladora pareja, Olya y terminó a merced del sociópata y desmedido padre de la joven, medio muerto y sin ninguna vía de escape posible.

Con estos mimbres, bien sencillos y que no son nuevos en una sociedad como la nuestra, llena de peleles, simplones y/ o mequetrefes que hacen caso a quien NO deben, cuando NO deben y sin saber muy bien CÓMO salir con bien del jardín en el que se van a meter, el guionista, montador y director ruso Kirill Sokolov construye una narración cinematográfica tremendamente inteligente, llena de referentes cinematográficos y que sorprende por el desparpajo con el que se desenvuelven quienes en ella están involucrados.

Lo primero que sorprende de Why Don’t You Just Die! no es el exceso de sangre derramada, ni la aproximación, MUY, pero que MUY cercana al cine de Quentin Tarantino, sobre todo en cómo se tiñe la pantalla del viscoso fluido mientras resuenan los ecos de la violencia a la que se ven sometidos los cuerpos y las mentes de sus protagonistas. Lo más sorprendente de todo es la forma en la que está rodada y la cantidad de ángulos imposibles con los que el director trata de fracturar la realidad en tres dimensiones en la que vivimos. Nada impide que la cámara trabaje como una suerte de escarpelo y nos muestre todos y cada uno de los rincones donde se desarrolla una trama que parece estar filmada, en algunos momentos, con un aparato de rayos X y con ello, lograr que la pantalla del cine se convierta en una enorme placa iluminada donde poder ver las radiografías con todo lujo de detalles.

Why Don’t You Just Die!

Sobra decir que dicho gusto por los detalles sirve para que vayamos sintiendo, aunque solamente sea mentalmente, el dolor y las dosis de desesperación que golpean a Matvey mientras éste es víctima de los desmanes, la tortura y la irracionalidad de un oficial de policía que, tiempo atrás, olvidó cuál era su cometido y ahora se dedica a medrar, engañar y a aprovecharse de los desmanes de quienes, amparados en su poder económico y social, no atienden a razones salvo las que les puedan causar un quebranto en su estatus personal.

De tan estereotipado que resulta Andrey Gennadievitch, el padre de Olya y, en menor medida, Yevgenich, su compañero de desmanes profesionales, uno puede llegar a olvidar que está delante de dos servidores de la ley, tan corruptos que ni siquiera se procesan lealtad mutua cuando la oportunidad para enriquecerse se pone a su alcance. Ni tan siquiera la tragedia personal del segundo servirá para que Andrey cambie de parecer y no piense solamente en sí mismo y en su bienestar personal.

Quizás sea la avaricia del matrimonio que crio a Olya, con Tasha, la madre, en el otro lado del cuadrilátero, lo que explique el comportamiento final de una joven responsable de toda aquella situación y que demuestra ser más fría, metódica y avariciosa. Cuando la ocasión se lo permite, que su propio padre. Olya no solo no se ríe, sino, más bien, parece disfrutar con todo lo que está viendo, en especial, con el estado de quien, hasta ese momento. Ha sido su pareja y luego se convirtió en una herramienta más para lograr sus deseos.

Y es, entonces, cuando toda la trama empieza a tener sentido y nos damos cuenta de la verdad; es decir, hemos estado viendo una suerte de spaghetti western, versión eslava, con todos y cada uno de los elementos propios del género, incluyendo la música que suena de fondo y las ruidosas y letales armas de fuego que no dejan de derramar sangre por doquier. Sólo puede quedar uno de los protagonistas con vida, por mucho que la parca quiera llevárselos a todos por igual.

Sí, es la parca la que peor parada sale en su empeño por ganarle la partida a todo aquel grupo de esperpénticos, vengativos y codiciosos seres humanos. Matvey se niega a morirse, y de ahí el título de la película en inglés, Why Don’t You Just Die!, en clara referencia a quien un día decidió hacerle caso a su pareja, cuando ésta le pidió que matara a un hombre para vengar una afrenta cometida contra su persona…

Why Don’t You Just Die!

Ni corto ni perezoso, Matvey se presentó en casa de quien debía ser su víctima, “armado” con un martillo ¿justiciero? y dispuesto a todo, para vengar el mancillado honor de su dama, quien, ni era una DAMA, ni había sido mancillada por NADIE, aparte de por su perturbada psique.

Quizás Matvey, antes de aceptar, debió escuchar atentamente la letra de la canción The House of the Rising Sun, la que grabó The Animals en el año 1964, para el álbum del mismo nombre y cuya primera estrofa dice:

There is a house in New Orleans

They call the Rising Sun

(Extrapolen Nueva Orleans por la ciudad rusa en la que se desarrolla la película; pónganle un nombre a la casa, house of the bloodthirsty madmen, por ejemplo; y el resto… escuchen la canción)

And it’s been the ruin of many a poor boy

And God I know I’m one.