Verano del 84 nos vende una mirada nostálgica al cine Amblin, aquellas producciones juveniles producidas por Steven Spielberg y que estaban situadas en zonas residenciales, donde un grupo de jóvenes afrontaba algún tipo de aventura cargada de peligros y misterio.
Otra referencia importante aquí es también Stephen King, gracias a la trascendencia de su novela It. La cinta de François Simard, Anouk Whissell y Yoann-Karl Whissell se apunta así al revival marcado por títulos como la última adaptación de It o Stranger Things y mantienen esa adoración por la estética de los 80 ya demostrada con Turbo Kid.
Los dos primeros tercios de la cinta se ajustan a ese modelo, jugando también con ese paso de la infancia a la madurez y el despertar sexual, marcando la búsqueda del asesino en serie que aterroriza a su pequeño pueblo la última oportunidad por parte de los protagonistas de llevar a cabo una aventura, pero también la primera de demostrar a los adultos que ya no son niños.
Sin embargo, hay un cierto componente de extrañamiento y tono agridulce que la distancia de otros títulos similares.
Pese a mantener la estética y el carácter referencial, echamos de menos una mayor empatía del espectador con los personajes. Es en su tercer acto, con el espectador acomodado en el confort de déjà vu y esperando la resolución prototípica, cuando estos cineastas canadienses dan un giro inesperado y desvelan la verdadera personalidad de la cinta, hasta entonces inadvertida bajo la indumentaria de cine juvenil.
Vista en la pasada edición del Festival Internacional de Cine Fantástico de Canarias Isla Calavera, Verano del 84 resulta una cinta irregular en sus dos primeros actos, pero que es capaz de redimirse, reinventarse y sorprender con su contundente resolución.