No es habitual que un cineasta de las características de Luca Guadagnino, más interesado en historias de corte intimista, social y artístico, motu proprio decida no sólo revisar una obra ajena, sino que además ésta sea tan abiertamente de corte fantástico. Con Suspiria, el cineasta lleva a cabo un proceso fundamental para que un remake funcione y tenga un sentido, que es hacer una lectura propia y personal, llevando el texto original a su propio universo cinematográfico. El hecho de ser un director ajeno al género no ha diluido el resultado; es más, la cinta cuenta con algunos de los momentos de terror más logrados, explícitos e impactantes que ha dado el cine en mucho tiempo.

En cuanto a puesta en escena, Guadagnino recoge el testigo del simbolismo de la cinta de Argento y le da un giro más realista, ofreciendo una lección magistral de narración. Cada plano, cada movimiento de cámara está bien pensado y cumple un valor no sólo narrativo, sino artístico. Sin embargo, esa ambición artística se convierte también en el principal lastre de la película. En su pretensión, el cineasta se empeña en situar la trama en un contexto histórico y social marcado por los ecos de la Segunda Guerra Mundial y los atentados de la banda Baader-Meinhof.

La idea de que la maldad es inherente al ser humano que traslada esto último y ese vínculo entre el componente fantástico de la película y los hechos históricos no queda hilado de manera adecuada, yendo a la deriva de manera clara y despistando al espectador de la trama principal. En cualquier caso, estamos ante un esfuerzo mayor dentro del cine de género, que rescata no sólo el tono adulto del fantástico, sino también su valor artístico más allá de patrones genéricos.

Póster de 'Suspiria', de Luca Guadagnino.
Póster de ‘Suspiria’, de Luca Guadagnino.