Cuando un cineasta se queja del monopolio del cine de superhéroes en Hollywood y el poco espacio que se deja para otro tipo de propuestas fílmicas, está en todo su derecho a protestar. Si además argumenta que estas películas son una repetición constante de los mismos parámetros y que desde la industria se paralizan proyectos que no se ajusten a ese esquema comercial, sigue estando en todo su derecho a protestar. Que haya desde dentro de la industria una mirada crítica de cómo funciona el sector es necesario para que la maquinaria no se anquilose. Pero, claro, cuando esos argumentos llegan de un director cuyo 85% de la filmografía sólo ha evolucionado desde la década de los 90 en lo tecnológico, que sigue usando los mismos patrones de personajes, el mismo tono narrativo, encasillado en productos de destrucción global desde 1994, pues, ¿qué quieres que te diga, Roland Emmerich? Vamos a detectar primero la paja en el ojo propio.
ARMAGEDÓN
Roland Emmerich se ha convertido en el mayor representante del cine de catástrofes del siglo XXI, sin embargo, eso no le equipara al productor Irvin Allen. El cineasta de origen alemán ha reciclado en sus películas todo tipo de teorías y conspiranoias de cara a darle un trasfondo a sus grandilocuentes choques de trenes.
En Stargate era el vínculo de los extraterrestres con las pirámides y la mitología de Egipto; con Independence Day reincidió en la invasión alienígena; con Godzilla se acercó a la temática medioambiental que posteriormente explotaría en El Día de Mañana y 2012 (esta última apoyándose en el fin del calendario Maya).
Ahora, con Moonfall, tiende de nuevo la mano a teorías alternativas para plantearnos que La Luna puede no ser un satélite natural, sino una megaestructura artificial hueca y que puede entrar en rumbo de colisión contra La Tierra. Es cierto que su filmografía también cuenta con títulos alternativos, como El Patriota, Anonymous, Asalto al Poder, Stonewall o Midway, pero pese al cambio de argumentos, el tratamiento sigue siendo en estas igual de simplón e infantiloide (que no es lo mismo que infantil) que en las anteriores.
FLY ME TO THE MOON
El problema de Moonfall no es su premisa argumental. Hasta ahí podemos entrar en el juego. El problema es cuando el desarrollo que Emmerich hace de la idea junto con los guionistas Harald Kloser (colaborador habitual, también productor y autor de la partitura musical) y Spenser Cohen deriva en una maremágnum de situaciones ridículas, aparatosas e inconsistentes más allá de la vergüenza ajena.
Es cierto que tenemos antecedentes como Armageddon de Michael Bay, y es verdad que Moonfall tira mucho de la comedia para suavizar lo absurdo de todo lo que sucede, pero mientras que la cinta de 1998 era un blockbuster gamberro protagonizado por perforadores espaciales, aquí se involucra a la mismísima NASA y se supone que los protagonistas son científicos de primer nivel, no un grupo de garrulos de Texas.
Viendo la película uno se pregunta exactamente en qué asesoraron las cinco personas de la NASA que aparecen acreditados en los títulos de crédito, si le gastaron una broma a Emmerich o si, por el contrario, sus compañeros de la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio les guardan algún tipo de rencor. Una cosa es que exijamos a una película de ciencia ficción que sea rigurosa y se atenga únicamente a propuestas puramente científicas (demonios, ni Interstellar o Gravity lo hicieron) y otra muy distinta es que se tomen por el pito del sereno cualquier mínimo atisbo de verosimilitud.
PANDÆMONIUM
A Emmerich sí hay que reconocerle, por el contrario, que a la hora de escenificar imágenes de caos y destrucción se las sigue sabiendo apañar muy bien. En aquellos planos en los que se tira de localizaciones digitales integradas con las figuras de los actores es cierto que el truco resulta demasiado evidente, pero allí donde todo es construcción digital y el cineasta se puede explayar a la hora de ofrecer imágenes epatantes, la película adquiere sus mejores momentos. A nivel de verosimilitud siguen siendo insostenibles, pero desde un punto de vista estrictamente plástico, la película cuenta con algunos frescos espectaculares que, en última instancia, son los que pueden llegar a compensar el precio de la entrada. Tal vez, para la próxima vez el director debería evitarse engorros como personajes o desarrollos dramáticos y ofrecer una batería de escenas cataclismos sin hilo conductor. Probablemente, saldríamos ganando.
ALUNIZAJE PERFECTO
Lo lamentamos, Roland Emmerich, pero si quieres reivindicar la apuesta por nuevos contenidos en la industria audiovisual, deberías predicar con el ejemplo y Moonfall no lo hace. No es que se suba al carro de los superhéroes, es que está subida a un carro que hace tiempo que no va a ningún lado. La película es un alunizaje perfecto, pero no en el sentido de aterrizar en la superficie de la Luna, sino de atravesar la luna de un escaparate. Nuestras condolencias a Halle Berry, Patrick Wilson y John Bradley. Ninguno se merecía tener que interpretar esos personajes, ni declamar unos diálogos tan sonrojantes.