Si nos fijamos en la filmografía de Laura Alvea, ya sea en solitario como acompañada por Jose Ortuño, encontramos historias que confluyen entre la fantasía y la realidad, cuentos de hadas oscuros que son reflejo de ambientes obsesivos o traumáticos. Su puesta en escena revela también a una cineasta cinéfila, que ha visto mucho cine y ha estudiado la gramática de los maestros. Hay en ella también un interés por las protagonistas femeninas que refuercen el discurso feminista de su cine. Con su nueva película en solitario, La Mujer Dormida podemos apreciar la perpetuación de estos componentes.

«Un secreto duerme en su interior»

La Mujer Dormida parte de un guion de Miguel Ibáñez Monroy, Daniel González y Marta Armengol, con aportaciones de la propia cineasta y de su socio habitual, José Ortuño. La trama nos presenta una historia de suspense, acerca de una mujer en coma, una auxiliar de enfermería contratada para atenderla y un marido traumatizado por el destino de su esposa, de la que ya sabe que nunca volverá a despertar. A partir de ahí, la historia quiere abordar varios componentes: la presencia sobrenatural, la figura del Doppeltgänger, el misterio del accidente originario. Aunque la práctica totalidad de la película gira en torno a los tres personajes principales, hay algunos personajes secundarios que, más que dilucidar los misterios, su función es confundir o desorientar al espectador. Todo esto desarrollado en un espacio triplemente claustrofóbico: el cuerpo inerte, la casa aislada, la isla de la que no es fácil escapar.

Alvea, aprovechando su experiencia previa, busca llevar estos elementos a su terreno. No es difícil hacer una lectura hitchcoriana de la trama, con referencias que tocan títulos clásicos como Sospecha, Rebecca o Vértigo.

La puesta en escena, cómo la cineasta mueve la cámara por los espacios, su gusto por planos que distorsionan la visión de la realidad, apelan también al uso de planos aberrantes por parte de Alfred Hitchcock, jugando también a subrayar una lectura psicológica extraviada a través de la imagen.

Ninguno de los tres protagonistas parece ser un referente narrativo fiable; ni siquiera la propia protagonista, cuya salud mental se pone en duda en varias ocasiones, no sólo por los acontecimientos que vive, sino por experiencias de su pasado. De ahí que la cámara esté también continuamente marcando la tensión de la trama, a veces no por lo que está sucediendo, sino por la incertidumbre de qué es verdad y qué es mentira.

Rodada en Canarias

La Mujer Dormida no es ajena tampoco a la certeza de que las mayores historias de terror provienen de la cuentística tradicional, que pocos relatos son tan salvajes como los que les contamos a los más pequeños. Alvea tiene experiencia en ese tipo de narrativa y aquí, más allá de toda sofisticación, de cualquier excusa cinéfila hitchcoriana, en el fondo lo que encontramos es un cuento tradicional adaptado a los nuevos tiempos. Al fin y al cabo, qué es La Mujer Dormida si no una reescritura moderna del cuento de Barba Azul. La localización en Gran Canaria, esa construcción del espacio escénico con un castillo en lo alto de la montaña, la mujer muerta y la damisela que se enamora del joven viudo, todo apunta a cuento de hadas, a lo que la cinta añade un componente fantasmagórico, que no sabemos si es amenazador, protector o ambas cosas.

El problema es que la cinta abre demasiados frentes, quiere ser muchas cosas al mismo tiempo, desarrollar muchas subtramas que den una mayor complejidad a la historia y una mayor profundidad psicológica a los personajes, pero desatiende estos elementos por el camino. Sabemos que la protagonista, Ana, ha tenido problemas psicológicos en el pasado, pero no se concreta; ella se ve amenazada por la presencia sobrenatural de Sara, pero en un momento de la historia, la naturaleza de su espíritu es otra; hay una historia de amor, pero ésta se desarrolla de manera precipitada, lo que, dadas las circunstancias, con el cuerpo presente de la anterior esposa, resulta inverosímil. Estas y otras circunstancias generan una sensación errática en la historia, que aún así, y a pesar de todo, no evita lo previsible de la trama.

La Mujer Dormida se convierte así en una oportunidad perdida, una cinta que contaba con elementos a su favor, con el excelente elenco protagonista, una cuidada puesta en escena, pero que naufraga en la construcción del guion, de su trama y sus personajes, que, en última instancia, son los que nos han convocado en la sala de cine.