Con su segundo largometraje, La Maldición de Lake Manor, Roberto de Feo nos propone un retrato oscuro y depravado de una serie de personajes aislados en una mansión, supuestamente desconectados del mundo.

Marcando una distinción elitista entre los señores y el personal de servicio, todos parecen inexorablemente recluidos en un lugar lujoso, pero ya entrado en decadencia, al igual que los propios personajes. El secreto que guardan une, pero también corrompe a los habitantes de la mansión, dependientes entre sí y orbitando alrededor de la señora de la casa, Elena, y su hijo parapléjico, Samuel.

La atmósfera truculenta, destructiva e incestuosa que se respira en la mansión se ve interrumpida por la llegada de Denise, una niña de 15 años que despierta la sexualidad del joven discapacitado, al mismo tiempo que pone en evidencia la insana relación que se ha establecido entre todos.

La puesta en escena de De Feo es esteticista y decadente, jugando con la simetría y la frontalidad, como si en cualquier momento los actores fueran a romper la cuarta pared y abducirnos a su realidad. El diseño artístico abigarrado incrementa la sensación de asfixia, claustrofobia y depravación de la cinta.

La Maldición de Lake Manor es una cinta de ritmo pausado, casi fúnebre, donde la falta de acción incrementa la sensación de mortedumbre y decadencia.

El excelente trabajo de los actores, destacando la amenazante presencia de Francesca Cavallin y Maurizio Lombardi y la redentora participación de Ginevra Francesconi y Fabrizio Odetto queda lastrado, desgraciadamente, por la interpretación de Justin Korovkin como Samuel, que debía actuar como elemento imbricador de todo y pasa a ser el componente deficitario y malogrador del conjunto. Por lo demás, una propuesta arriesgada, distinta y muy recomendable.