La Chica del Brazalete es el tercer largometraje de Stéphane Demoustier, a lo que se suman seis cortometrajes y un documental previos, además de su extensa labor como productor, la inmensa mayoría inéditos en nuestro país, lo que es una pena, vistos los resultados de la película que aquí nos ocupa.

La Chica del Brazalete es una autopsia, fría, aséptica, dolorosa y compleja de nuestra sociedad. Demoustier, desde un primer momento, sitúa su cámara en una posición lo suficientemente distante como para no involucrarse emocionalmente en lo que narra y que sea el espectador el que saque sus conclusiones.

El cineasta inunda la cinta de silencios y, si bien, en algunos casos, podemos interpretar las dudas y pensamientos de los personajes, por lo general se juega con la ambigüedad. El espectador intuye encubrimientos, mentiras, manipulaciones, pero nada se concreta. En esto, destaca el uso de la fotografía, con un uso de colores fríos que enfatizan ese distanciamiento, y que contrasta con el uso del rojo para la protagonista (espléndida Melissa Guers), que nos incita a dudar de ella de la misma manera que la confianza de los progenitores se va también resquebrajando.

La película habla de una juventud psicopática, movida por estímulos, pero para la que no existe una referencia moral de sus actos. Habla también del desentendimiento de los progenitores frente a sus hijos, el desconocimiento de la realidad en la que estos viven.

La Chica del Brazalete se nos presenta como un thriller judicial, pero en ella descubrir la identidad del asesino es lo de menos, porque el cadáver no es el de Flora, la adolescente brutalmente apuñalada, sino el de la sociedad en la que se ha producido este crimen.